miércoles, 30 de diciembre de 2009

La fiesta del Niño en Capote

En foto: Palmeras históricas de Capote.

En Foto: Los padrinos y pastoras con el Niño visitando los barrios de Capote


Viernes 25 de diciembre de 2009

Hemos desayunado muy temprano. Quiero llegar a Capote lo más pronto posible. Según los amigos, es necesario regresar a Chiclayo, ir al terminal en las afueras y subirse a una combi rumbo al distrito de Picsi y de ahí recién en una motocicleta a Capote. Llegar allá no nos toma mucho tiempo, en realidad estamos muy cerca de la ciudad, sin embargo al acercarnos a Capote el paisaje cambia, dejamos atrás las casas de material noble, las veredas de cemento y las pistas. Desde la mototaxi se avisora paisajes nuevos como el de la caña de azúcar, el arrozal, etc. Los algarrobos y los mangos altos y robustos son un deleite a la vista también. Después de una curva ya se vislumbra Capote. Este resulta un centro poblado relativamente extenso, ya que está dividido en barrios, uno más alejado del otro como el Nuevo, el Chaparral, el Mango, etc. Más tarde, me entero que este diseño extraño fue idea del antiguo hacendado, pero de la hacienda solo queda un par de palmeras cansadas y maltratadas por el tiempo, el fuego y la desidia. Se cuenta que ahí ataban a los esclavos y les daban de látigos. Las observo con detenimiento y me parecen algo inclinadas y dolientes. El recuerdo de la esclavitud no es grato, pero necesario para jamás olvidar a nuestros antepasados. Ellos soportaron el calor, las lluvias, los insectos, la fatiga, los maltratos y demás. Recordarlos hoy es una manera de honrarlos.
Confieso que ya antes habíamos venido a "peinar la zona", esa frase militar es justo lo que hicimos el lunes pasado y resultó una visita estratégica. Llegamos a la casa del joven sociólogo Roberto Jaramillo. Amablemente nos recibió y relató orgullosamente la historia de Capote, por lo menos lo que él ha podido descubrir en su propia investigación. Nos informó que prepara su tesis. Esto es gratificante. Dimos una vuelta a los alrededores. La caminata polvosa y bajo poquísima sombra fue castigadora. Le hablamos de nuestra afición a las aves así que nos llevó al Reservorio más próximo. La visita al lugar ecológico fue encantadora pues encontramos muchos patos y garzas, debo agregar que había también mosquitos. ¡Alalauuu!
Ahora estamos de regreso en Capote, como ya lo dije, muy tempranito para asistir a la Fiesta del Niño. Al principio observo que hay mucha curiosidad de los pobladores por nuestra presencia, sobre todo por parte de unos hombres afroperuanos altos y robustos, amenazantes; luego me doy con la sorpresa que pertenecen al comité organizador. ¡Qué miedito! En un descuido les saco la lengua. ¡Buuuh!
En las cercanías de una casa en el barrio el Nuevo se van juntando los pequeños ángeles, las pastoras. Llevan puesto blusas y faldas largas muy coloridas, además de trencitas y sombreros de paja en la cabeza. También hay muchachos vestidos de pastores. Empieza a tocar la banda de Ferrañafe, ya están todos en filas, se suman los padrinos. Parten hacia la pequeña iglesia a recoger al Niño o, debiera decir, los niños: unos va sentadito en una silla y el otro recostado en una cuna. En la iglesia se ha armado un nacimiento en la esquina derecha. Todos bailan y se aproximan a los niños, les saludan y piden sus bendiciones. Cuando pregunté por qué eran dos, no supieron darme razón.
Es momento de que los padrinos levanten en sus brazos a los niños e iniciemos el recorrido por los barrios. Aunque el cielo está nublado y el sol no aparece, el calor ya empieza a agobiarnos. Recorremos los diferentes barrios, uno a uno, en cada casa nos reciben con alegría y devoción. Los vecinos nos convidan bebidas. ¡Ufff! Agradecidos continúamos al siguiente barrio. En El Chaparral, muy entrado en Capote, los vecinos armaron un nacimiento propio, un becerro pequeño y muy quietesito está echado a la entrada. Algunos se acercan, se arrodilan y se santifican. Continuamos hasta regresar a la iglesia. Las pastoras bailan o cantan a su turno, la banda estalla en villancicos y marineras. Ha sido un extenso y cansado trayecto, sin embargo se ha cumplido. Creo que nos sentimos satisfechos de nosotros mismos. La fiesta continúa después del merecido almuerzo. Qué mejor que una carapulcra casera y bien sazonada!
En la tarde asisitimos al estadio local, un partido de fútbol nos espera. Como suele suceder, en este deporte y más en nuestro país, no hubo goles, eso sí mucho polvo, sudor y golpes. El partido concluyo con penales. El barrio ganador celebró victorioso, nosotras regresamos a Picsi.
A propósito tenía una curiosidad enorme y era saber cuál era el significado de esta palabra. ¿Era uno vocablo moche? En realidad, no obtuve respuestas en la municipalidad, ya que los empleados no fueron muy útiles. La auxiliar de la biblioteca aunque amable, no tenía la respuesta a mi interrogante. Después pedí un mapa, eso fue otro lío. Al parecer no había, me dieron una fotocopia en tamaño A4, muy general en la cual aparecía Capote, era apenas un puntito en el papel. Se desconoce su historia, los datos son mínimos como la preocupación por este centro poblado y los otros. Allá, en Capote, me comentaron que los políticos se acuerdan de ellos sólo y únicamente en campaña. Concluyo que la población de Capote aunque dispersa y dividida por barrios, siempre compitiendo entre ellos, será la unión de esfuerzos lo que permitirá su desarrollo. Espero que lo entiendan pronto.

Sábado, 26 de diciembre de 2009

Estamos en Capote desde las 10:00 a.m., para presenciar los juegos populares. Esperamos un rato y visitamos a algunos pobladores afroperuanos. Me interesa que ellos mismos me cuenten su visión del pasado y el presente de Capote. Al paso del tiempo compruebo que la gente puede llegar a tener más de ochenta o noventa años aquí, así como muchísimos hijos. Esa longevidad del poblador de Capote es envidiable. Los ancianos son saludables en su mayoría: algunos continúan haciendo trabajos en la chacra, otros andan bien derechitos sin bastón y unos pocos se quejan de algún mal como la sordera o la vista. Soy muy respetuosa con ellos, espero que compartan conmigo su secreto, me pregunto cómo logran vivir tantísimos años.
Por ejemplo, Doña Casimira es una anciana de 95 años, muy afable y risueña. Poco a poco nos cuenta su historia de vida. Se enamoró de un andino, se escapó a los dieciocho y tuvo nueve hijos con él. Ha tenido una experiencia difícil como otras mujeres afroperuanas de Capote. Ha trabajando siempre en casa, luchando día a día; sus hijos ya sean logrado y hoy vive en su modesta casa al lado de la iglesia. Es admirable. Compruebo con su testimonio el proceso de la migración andina a la costa, ya que en Capote es particularmente afecta de esta, tanto así que desde algún tiempo a esta parte el mestizaje cultural y étnico es notable.
Al fin, después de mucho esperar, se inician los juegos. Es más del mediodía y el calor es terrible, pero los pobladores han colmado las tribunas de la canchita cerca a las históricas palmeras, en el centro mismo de Capote. Entre juego y juego se interroga a todos, son temas relacionados a la cultura general. Los premios son donaciones del comité de Lima. Me entero que la migración a la capital es una realidad, de modo que hay lugares y comercios que son representativos de los pobladores de Capote en Lima. Esto es un indicador que la situación local no es buena y que el capoteño es también muy emprendedor.
También es importante saber la perspectiva de los más jóvenes, así que visitamos al cajonero Luis Silva. Al principio se muestra tímido pero después de unos minutos de sentirse agusto entre sus instrumentos se vuelve muy conversador demostrando firmemente que es lo que quiere para sí en la vida. Él nos sólo toca el cajón sino además el checo o calabazo. Lleva muy bien el ritmo aprendido de su fallecido maestro e incluso se atreve a experimentar con nuevos toques. Ya participa en un grupo musical en Capote a pesar de sus 14 años. Pienso que con el apoyo de su familia y una oportunidad puede que logre su sueño. En realidad, depende mucho más de él, de su propia disciplina y persitencia, hasta romper el cajón, como Lucho cuenta que ha hecho alguna vez tocando.
Por otro lado, la fiesta continúa. En la iglesia los Niños llevan otras ropitas. De un lado el Señor de los Milagros y del otro San Martín observan a los feligreses. Nos despedimos y continúamos nuestro viaje a Chiclayo, para continuar hacia el norte, Piura, más específicamente a Morropón-Chulucanas. Ya deseo conocer Yapatera y sus alrededores. ¿Qué me esperará allá?

(continuará)

jueves, 24 de diciembre de 2009

Navidad en Zaña

En foto: Nacimiento del Museo Afroperuano en Zaña-Lambayeque.


Estimados amigos lectores:

Reciban un caluroso saludo de mi parte. Desde aquí el canto del tordo se escucha más vigoroso y melodioso que nunca.

Les deseo a todos una Feliz Navidad.

MC

martes, 22 de diciembre de 2009

Los encantos de Zaña

En foto: Restos de la iglesia La Merced.

Jueves 17 de diciembre de 2009
Nos hemos levantado muy temprano para subir al Cerro mirador, llamado también El ahorcado. cuentan los lugareños que en el pasado, ahoracaban a los esclavos como castigo y para amedrentar a los demás. Desde allá arriba se observa un lado del valle, es un día nublado así que no divisamos el mar. El viento sopla pero no está cargado negativamente, con el lamento de los muertos, por el contrario se percibe una libertad única. Quizá los esclavos al morir también sintieron lo mismo. Espero que hay sido así. Estamos rodeados de sembríos. La naturaleza es espléndida y alimenta mi corazón. Después del almuerzo hemos huido del calor y nos hemos cobijado sabiamente debajo de un enorme mango. Descubrimos a la chilala, parece reirse de nosotras. A que no le tomamos una foto, es muy escurridiza. Sí, ahora se burla, pero persistimos en nuestro cometido. Ya son dos, a lo lejos cantan. Al ver que nos retiramos se aproximan y otra vez ese cantito burlón.
En la tarde, a las 3:30 p.m., nos asomamos por el Museo afroperuano. Carmen y don Santos nos reciben con una amplia sonrisa. Recorremos las cuatro salas, cada una trae sorpresas y novedades. Reconozco el muñeco Chumbeque, mi madre solía mencionarlo en Lima; en otra vitrina hay una representación del oricha Changó; más allá me enamoró de los instrumentos de la siguiente sala; después con curiosidad observo las representaciones costumbristas de Zaña, realizadas por una vecina de la zona. Al caer la tarde y con menos sol, caminamos rumbo a la Otra Banda, está cruzando el río Zaña; pero antes es necesario balancearse un rato en el puente colgante. Cuando al fin llegamos las palmeras nos dan la bienvenida, son dieciocho, esbeltas y enooormes. La casa-hacienda está cerra y muy descuidada. El ocaso aquí es hermoso. Hemos aprovechado el momento para conversar amenamente, fotografiar aves y conocernos mejor. Ha sido un día agotador y cautivante. Si a alguien no le molesta caminar y empolvarse los zapatos, llegará a la misma conclusión.


En foto: el Museo afroperuano de Zaña, fundado a iniciativa del investigador Luis Rocca.


Viernes 18 de diciembre de 2009
Después del desayuno nos hemos escapado a un bosquesillo de algarrobos detrás del cementerio. No hay huellas de personas pero sí de ganado. Una lechuza lanza un chillido escandaloso y avisa a las demás aves que hemos llegado. Nos quedamos muy quietas y preferimos grabar sus cantos. Al rato nos acercamos más para fotografiarlas. Hallamos chilalas, mieleritas, saltacaballos, tordos, picaflores, turtupilines, chaucos, etc. Nos hemos separado. Tania se aproxima a los maizales, yo he preferido sentarme entre los algarrobos muy a lo lejos. El tiempo pasa y observo las aves. Ellas ya ni se fijan en mí, lo que no hacen las hormigas y los mosquitos. Los pájaros vuelven a su cotidianidad. Son tan hermosas. Los algarrobos son majestuosos. Quiero conservar esta imagen por siempre. Ruego por que las autoridades y los pobladores protejan este lugar y no talen los árboles o, peor aún, pretendan construir algún edificio o casas aquí. Justo lo que no necesitamos, más cemento.
Más tarde, a las 10:30 a.m., volvemos al museo. La entrevista al conocido decimista Brando Briones resulta muy didacta. Sin darnos cuenta dura más de dos horas. Con él partimos a la ex hacienda Cayaltí de la familia Aspillaga. Se encuentra muy cerquita. La población actual es numerosa, demasiado agregaría. La casa-hacienda y la fábrica permanecen cerradas y olvidadas del tiempo. También encotramos palmeras aquí. En sus buenos momentos la caña de azúcar era abundante y se trasladaba en tren hacia el puerto Eten, pero eso se acabó. Después llegó la Reforma agraria y la cooperativa, hoy las tierras han vuelto a su auténtico dueño, el agricultor. Hoy Cayaltí está castigada por los vicios. No es muy seguro. Regresamos a Zaña algo desilusionadas.
En la noche salimos a buscar a la Sra. Juanita, la tamalera más afamada del lugar. Nos recibe un tanto malhumorada, está trabajando desde la mañana y nosotras ahí de mironas y preguntonas. Pasan los minutos y ella se sosiega. Esperando al lado se encuentra el chino Wong, un hombre mayor, delgado y alto. Nos cuenta sobre su familia, él viene del sur, de Chancay. Tiene dieciocho hijos. Es un donjuán. Él es un descendiente, un buen ejemplo de la migración asiática llegada al Perú en el siglo XIX. Zaña es un poblado donde conviven los afrodescendientes, los andinos , los chinos y los japoneses. Es decir, un crisol de culturas.
Al acabar la entrevista y ya entrada la noche, nos despedimos con una sonrisa en el rostro y en la mano unos tamalitos recién preparados. ¡Hummm! De esa manera cerramos el día. Y otra vez ¡Hummm!

Sábado 19 de diciembre de 2009
El día amanece nublado, es ideal para una caminata. Recorremos las ruinas o las antiguas iglesias de Zaña en compañía de César Burga, pariente del insigne decimista Abel Colchado, ya fallecido. Conoce muy bien la historia de Zaña. Recorremos el convento San Agustín, la portada de la Merced, San Francisco, la Capilla de Santo Toribio. Cada una muy impresionante. El esplendor de Zaña en la colonia debió ser envidiable, casi competía con Lima, pero las lluvias y el desborde el río se llevó todo ello. Debió ser una versión del Fenómeno del Niño, supongo. Camino al río me encuentro una pluma de gallinazo, negra y respetable. Allá avistamos muchas aves: un Martín pescador, unas garzas blancas, oímos el canto del ruiseñor, etc.
En la tarde estuvimos en casa del decimista José Ricardo Plaza, generosamente recitó parte de su repertorio y anunció la publicación de un libro. Fue una noticia muy bien recibida por nosotras.

Domingo 20 de diciembre de 2009
Es un día caluroso y probamos suerte en la otra ladera del río, pero las aves están esquivas. Nos camuflamos entre la vegetación esperando, esperando... y no se dejan ver pero sí oír. Por la tarde nos enrrumbamos en una camioneta de la Policía de Zaña con varios niños a Mato Indio, un poblado alejado y empobrecido. Nos ha invitado la norteamericana Nicole, para compartir una chocolatada. Después de atravesar los sembríos y muy próximo a unos cerros arenosos, aparecen unas casitas dispersas y rodeadas de algunos algarrobos. La humilde casa está adornada con serpentinas y globos, los niños de Mata Indio esperan sentados y con mucha ansiedad. No hay luz eléctrica así que se aprovecha el equipo de la camioneta. Los juegos empieza, todos participan. La reunión se ha vuelto agradable, los niños sonríen y reciben juguetes. A lo lejos en el cerro observo unos cactos y oigo el canto de las aves, la tarde es perfecta. El espíritu navideño ha llegado a Mata Indio, hemos compartido una chocolatada invalorable como la alegría de un niño.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Zaña, donde el visitante se queda a vivir

En foto: la investigadora Milagros Carazas en Zaña-Lambayeque, recorriendo las comunidades afroperuanas del norte.

En foto: La calle que más me agrado de Zaña, totalmente arborizada.
Foto: MC

Miércoles 16/12/09
9 a.m.
Para llegar a Zaña es necesario ir al terminal en las afueras de Chiclayo. El pasaje cuesta S/. 3.50. El trayecto dura cerca de una hora. Zaña está a unos 45 kms. de la ciudad. En el camino se cruza la pampa de Reque, ahora convertida en un basural. Observo un camión llevando lo peor de Chiclayo, la contaminación es imparable y el olor pestilente una experiencia inevitable. Pero, ¿en qué están pensando las autoridades? ¿Por qué se atormenta así a la población de Reque? Me disgusta mucho lo que veo: muchos montículos de basura, fogatas, humo, etc.

10 a.m.
La combi ya no corre como antes, el camino empeora. A la derecha hay una curva y se puede divisar Zaña. Es un poblado grande, más que El carmen en Chincha, según recuerdo. No hay mosquitos por el momento. La plaza es acogedora. Los gallinazos acostumbran a sobrevolarla y posarse en las torres de la Iglesia matriz. La campana se llama María Angola como la de Cusco. El hospedaje Majucari está a la vista también. Es nuevo, limpio y cómodo. Al mediodía nos dirigimos a la pensión "La chiclayanita". Es comida casera y el trato cordial por parte de la dueña, la Sra. Betty. También se puede almorzar en el puesto de la Sra. Lily en el mercado, es un mejor sabor zañero y barato. Estamos un poco cansadas, desde la habitación que mira hacia la plaza veo además de la gente a algunas aves, las santarositas, son ágiles e inquietas. Su canto es muy agradable al oído.

4:00 p.m.
Caminamos por las calles de Zaña. Las casa son de quincha y en su mayoría de una planta. Las puertas permanecen abiertas. Los zañeros saludan al pasar con amabilidad. Es un lugar muy tranquilo y encantador. Ya he oído varias veces que aquel que viene de visita se queda a vivir. ¡Ah! ¿Por qué no? ¿Cuánto costará una casita aquí?
De pronto encontramos la tienda de dulces de la Srta. Grimanesa. Ella procede de una familia de tradición. Prepara dulces y los vende en las ferias de la región. Probamos algunos. Están hechos de camote, anís, dáctiles, maní, manjarblanco, membrillo, etc. ¡Hummm!
Regresamos a la plaza. La tarde empieza a refrescar. Noto que el viento es fuerte, sano y apacible aquí. TAD dice que es relajado y cantor, como vibrante. En verdad, lo es.

8:00 p.m.
Un aguadito siempre cae muy bien para calentar el cuerpo. En la Iglesia matriz leo con atención un documento que aconseja cómo llevarse bien con los demás. Puede ser útil. Tengo por costumbre visitar las iglesias, cada una posee un estilo y una atmósfera distinta que puede comunicar mucho del lugar y su gente. Un vecino nos comenta que la Sra. Carmen Cossio nos ha estado buscando. Ella es profesora de Educación física e integra el Museo afroperuano. La ubicamos en su casa. Resulta una persona muy amable, jocosa y una magnífica anfitriona.

9:00 p.m
Es tiempo de darle un respiro al cuerpo. Mañana promete ser un día muy laborioso. Quiero ver y conocer todo. Hemos tomado la decisión correcta: Zaña es un gran inicio.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La crónica de una cimarrona: recorriendo las comunidades afroperuanas

Artesanía de Zaña: Sra. Posada.
Foto: MC
*


Introducción
Hoy empiezo una nueva etapa de este blog. Mi objetivo principal es investigar, conocer y compartir con ustedes mis buenos amigos lectores la experiencia de recorre las comunidades afroperunas del norte del país. He abandonado Lima y todo lo que la capital conlleva: contaminación, ruido, estrés, modernidad y un laaargo etcétera como el cuello de una llama.
Me acompaña la poeta Tania Aguero Dejo (TAD). Ambas muchachas limeñas, hemos cambiado los libros y la comodidad urbana por unas mochilas muy pesadas y unas zapatillas ligeras, a pesar del peso tenemos mucho entusiasmo por hacer realidad nuestro objetivo. No queríamos llevar tantas cosas pero la lista fue creciendo y al final cargamos como el caracol la casa sobre la espalda.

Lunes 14 de diciembre de 2009
6 p.m.
Partimos de Lima a las 9 p.m. rumbo a Chiclayo. Tengo buenísimos recuerdos de esa bella ciudad. Es mi tercera visita y estoy muy contenta por viajar. Sé cuando partir pero todavía no la fecha de regreso, no me preocupa ahora. Los parientes muestran caras entristecidas, quizá no regresemos para las fiestas. Sería la primera vez que no compartiamos la cena navideña. No quiero pensar en ello.

8:30 p.m
Estamos en CIAL de Javier Prado. El bus es de color morado, me recuerda al Señor de los Milagros. Es buen signo. Curiosamente el bus tiene un pez espada emblemático. TAD dice que es un merlín. ¿Será? Le tengo confianza a este empresa. La sorpresa es que estrena flota nueva. ¡Qué suerte! Adiós Lima, dejamos atrás la neblina y la humedad corrosiva, como apunta Vargas Llosa en una novela.

Martes 15 de diciembre de 2009
12 p.m.
TAD duerme, entre sueños le susurré un ¡Feliz cumpleaños! Sonríe. Le estoy muy agradeciada por su compañía. Es mi mejor amiga y compañera de aventura.

En la Panamericana norte 6 a.m.
Ha sido una noche terrible. Uno ya no sabe como acomodarse en estos asientos, como dicen semi cama. No había para lujos. Necesitamos reducir los gastos al límite. El sol se ve en el horizonte, me alegra el corazón. El arenal y el mar muestran un paisaje desolador pero encantador a la vez.

Chiclayo 10:00 a.m.
Hemos llegado. El hospedaje está a unas cuadras de la plaza, de espaldas a la Catedral. Vemos gallinazos volando o parándose sobre las torres indistintamente. El calor es gratificante por ahora. Me desprendo de las chompas. ¡Qué delicia! No puedo decir lo mismo de Chiclayo. Recuerdo un estribillo de Nicomedes Santa Cruz: "¡Cómo has cambiado, pelona!". El centro se ha convertido de un lugar apacible en bullisioso. Hay demasiada gente apurada en los alrededores, taxis ticos que amenzan al peatón, edificios y tiendas por doquier. Estos cambios me disgustan. Al menos hay tordos cantores en los pocos árboles de las avenidas. La comida y los precios me espantan. El hombre de una agencia promete un tour al Museo de Sipán, Lambayeque y demás. Nuestro sueño de conocer Chaparrí queda congelado al averiguar los precios. Ufff! Está pensado para el turista extranjero pero no para el peruano promedio que trabaja. No pierdo las esperanzas todavía. Ya veremos.
El centro de Chiclayo no es el mismo de antes. Mi última visita fue en 1992. El cambio fue abrupto. TAD dice que se ha convertido en un mostruo. Asiento con la cabeza. Prefiero caminar por las callecitas empedradas y casas modestas en las proximidades. Son más acogedoras.

8:00 p.m.
Es una noche artificialmente iluminada por luceitas y adornos navideños. Hay viento, el calor disminuyó pero la gente se multiplicó aún más. Regreso al hospedaje. No más ciudad. La caja boba de la TV me entretiene mientras pienso que mañana será otro día... pero en el campo.

Miércoles 16 de diciembre de 2009
7 a.m.
El desayuno fue grato. Nada mejor que un buen juego de papaya. Esta vez nos dirigimos a Zaña. Tengo muchas espectativas. Antes era un punto en el mapa y ahora se convierte en una realidad. El primer museo afroperuano está allá. Es un magnífico día para continuar nuestro viaje.

(Continuará)

lunes, 7 de diciembre de 2009

Representar al afroperuano en la narrativa de Ribeyro

En foto: Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994)

Empezamos definiendo la discriminación como considerar o tratar inferior a una persona o colectividad por su raza, cultura, clase social, situación económica, género, etc. Una forma de advertir este fenómeno es por medio del lenguaje, ya que puede ser usado como un elemento discriminador. Por ello es necesario considerar las diversas denominaciones, incluyendo apelativos y/o eufemismos, que se usan para designar y calificar a un determinado sujeto, pues al hacerlo se le otorga un valor y se construye una imagen significativa.
En realidad, para nombrar al “otro” que siempre es distinto a “nosotros”, se suele distinguir diferencias así como se establecen jerarquías de los individuos. Según Francisco Theodosíadis (1996), para marcar la otredad o alteridad es necesario observar la descripción del otro, ya que se construye un campo semántico apelando a las comparaciones, las diferencias, las negaciones y las carencias. Con lo que se establece una descripción jerarquizante que implica a su vez inferioridad o superioridad, según sea el caso.
Precisamente nuestra ponencia analiza la presencia de personajes de la etnia negra en tres cuentos de Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), a saber: “De color modesto”, “Alineación” y “Terra incógnita”.[1] En estos se observa con mayor intensidad los mecanismos de discriminación, a los que es sometido el otro afroperuano, como resultado de las normas sociales establecidas y las relaciones de poder. Nos referiremos a cada uno en seguida.

1. “De color modesto”: Prejuicio racial y discriminación social
Dentro de la extensa obra de Ribeyro quizás este sea uno de los pocos cuentos en que ofrece una mirada irónica y realista de cómo se establecen las jerarquías de los individuos, a partir del color de la piel. Lo interesante es que nos da la posibilidad de reflexionar acerca del orden étnico y su trascendencia en la sociedad peruana.
El narrador extradiegético-heterodiegético[2] asume la misma perspectiva que el personaje principal. Alfredo es un joven de una familia burguesa miraflorina, que ha abandonado su carrera por la pintura y que se encuentra desempleado. Él acompaña a su hermana a una fiesta de adolescentes en una de las residencias del balneario, pero desde que llega encarna la representación del excluido: no sabe bailar ni conversar con las muchachas, su gusto musical es desactualizado y tampoco tiene dinero. En pocas palabras, Alfredo experimenta reiteradamente el desplante de los demás y la exclusión de los diferentes grupos que se han establecido en algunos espacios de la casa. Pero entiéndase bien que Alfredo no es separado por completo del grupo, hay dos o tres individuos sin pareja, solitarios, como él, que fuman o beben en los alrededores, a los que rehúsa acercarse o entablar alguna conversación.
Desde un principio él sabe que en las fiestas siempre fracasa. Es por eso que ni bien ingresa a la casa se dirige al bar para beber algunos tragos. Cada vez que es rechazado por los invitados retorna al bar, que parece ser el único espacio que lo conforta y le da nuevos brillos para enfrentar la situación.
En las tres ocasiones que se observa en el espejo del bar, confronta la mirada de los demás con su propia visión de sí mismo. El resultado es desalentador: un hombre de veinticinco años con “ojos de viejo” (I, 304). En nada se compara con los muchachos, bailarines y conversadores, con auto propio, que viven en las residencias miraflorinas; por el contrario, Alfredo puede ser considerado “un perfecto imbécil” (I, 307), con más defectos que cualidades.
Así, al observar la cocina esta se convierte en un espacio atractivo para una aventura nueva y, más tarde, la posibilidad de la venganza. Llegamos a la mitad de la narración y ocurre un giro drástico. Alfredo sobrepasa los límites permitidos y se instala en un espacio que no le corresponde. Pero su atrevimiento es mayor porque se relaciona con un grupo social proletario y una minoría étnica marginal. Esta doble trasgresión no va a ser entendida por los demás: primero, el baile entre Alfredo y la cocinera negra genera las sonrisas y los comentarios en la servidumbre; después, provoca el disgusto de los invitados y el repudio del anfitrión, cuando son descubiertos abrazados en medio de la penumbra del jardín. Es, entonces, que Alfredo logra su cometido, fastidiar la fiesta y poner en evidencia la hipocresía de su entorno social.
Es importante observar que la sirvienta es curiosamente un personaje anónimo que aparece descrita de la siguiente manera: “Una negra esbelta cantaba y se meneaba con una escoba en los brazos” (I, 308). Es común representar a la mujer negra como sensual y cumpliendo el rol de doméstica en la literatura. Ribeyro parece usar este estereotipo a propósito, para observar mas bien la mirada y las actitudes de los personajes (blancos) que se relacionan con ella. Por ejemplo, cuando la pareja agresora es finalmente expulsada de la fiesta, Alfredo se exhibe con la cocinera en frente de su casa, para molestar también a su propio padre, quien al verlos cierra la ventana, como un gesto de desaprobación.
Ahora bien, del espacio cerrado como es la residencia pasamos a uno abierto, el malecón. El ser vistos con esa mirada escudriñadora e intolerante preocupa a la sirvienta: “¡Qué dirá la gente!” (I, 132). La respuesta de Alfredo es incisiva: “¡Tú eres más burguesa que yo!” (I, 132). Este diálogo es fundamental para entender que en una sociedad donde se establecen rígidas convenciones se suela discriminar a los individuos que son distintos al grupo dominante, en este caso la alta burguesía limeña. Pero ocurre también que a veces son los propios sujetos los que terminan por aceptar dichas convenciones sociales, ya que asimilan e interiorizan incluso los prejuicios a los que son sometidos.
Tampoco es de extrañar que la autoridad policial resulte una defensora de este orden establecido. Cuando de esa penumbra del malecón pasamos a la luz poderosa del faro de un patrullero que descubre a la pareja, llegamos a un pasaje clave en el cuento. Los dos policías que enfrenta esta vez Alfredo consideran imposible una relación formal entre él y “una persona de color modesto” (I, 313). Esta expresión, que da título al cuento de Ribeyro, es muy significativa para nuestro análisis; porque descalifica al sujeto afroperuano, representado por la sirvienta, por su condición social y étnica. Alfredo ríe y ahonda en el prejuicio racial que develan los guardias. Ya en la comisaría, el teniente considera que se trata de un delito grave contra “las buenas costumbres”, por eso que su reacción raya en la agresión verbal y la degradación de la cocinera: “¿no serás tú una polilla?” (I, 313). La insistencia de Alfredo hace que el oficial lo ponga a prueba: “Ya que esta señorita es su novia, sígase paseando con ella [...] ¿Qué le parece si van al parque Salazar?” (I, 324).
Así, pasamos a un nuevo espacio abierto y con más luminosidad, considerado como una “vitrina de la belleza vecinal” (I, 314), en la que se exhibe la alta burguesía, sector que impone sus valores y ejerce el poder en la sociedad. Es este grupo social al que pertenece Alfredo, a pesar de considerarse un marginal por propia elección. Eso explica el cambio en la pareja apunto de ser expuesta a un público más elitista y prejuicioso. Una cosa es la venganza de un joven aburguesado e inmaduro que ha sido capaz de escandalizar a los vecinos y a su propio padre, es decir dentro del entorno familiar y conocido; y otra muy distinta, exhibirse frente a la clase adinerada de la ciudad, ese grupo que establece la censura social definitiva, conformado por las “lindas muchachas”, los “apuestos muchachos”, las “tías” en autos, etc. Entonces Alfredo ya no se muestra irreverente y la sirviente es mucho más tímida: “-Tengo vergüenza-, le susurró al oído. -¡Qué tontería!-, contestó él. -¡Por ti, por ti es que tengo vergüenza!-” (I, 314-315).
Al final, es él quien no puede continuar con esta situación límite y transgredir definitivamente el orden social establecido. Es imposible para Alfredo enfrentar directa y abiertamente ese “mundo despreocupado, bullanguero, triunfante, irresponsable y despótico calificador” (I, 315). Entonces se reestablece la distancia social, étnica y económica en la pareja: él la abandona y ella se retira cabizbaja, una vez más humillada.
En definitiva, en este cuento, se observa cómo el sujeto afroperuano es rechazado por su condición étnica y económica, a tal punto que se le impide desplazarse por ciertos espacios sociales.

2. “Alienación”: Despersonalización y blanqueamiento
Este es un cuento valioso porque se centra con mucho detalle en la problemática de los conflictos sociales e interraciales. Considerado irónicamente “cuento edificante” o “parábola”, muestra, en realidad el complejo proceso de despersonalización y blanqueamiento que Roberto López experimenta, en un deseo casi desesperado por lograr el ascenso social y construir una identidad ajena a la propia.
En principio, el narrador extradiegético-homodiegético[3] transita estratégicamente entre el “Yo” y el “Nosotros”. Estamos frente al narrador-testigo que acude a fuentes orales (el testimonio de la madre) o escritas (cartas y postales), para completar los pasajes poco conocidos en la historia. Cuando empezamos a leer hay una prolesis,[4] que de alguna manera nos prepara para lo que vendrá, la curiosa enajenación que sufre Roberto, en su intento por convertirse “en un gringo de allá” (III, 73). Los cambios quedan entonces indicados: a) “deslopizarse”; b) “deszambarse”; y c) “matar al peruano que había en él” (III, 73). Estos procesos aluden a su modesta situación económico-social, la condición étnica y la nacionalidad, respectivamente; con los cuales Roberto intenta construir “una nueva persona, un ser hecho de retazos, que no era ni zambo ni gringo, el resultado de un cruce contranatura” (III, 73). Esta evolución así descrita representa un grado mayor de alienación. ¿Pero qué lo lleva a esta situación extrema?
Para entender el origen de su sufrimiento y la pérdida de la inocencia infantil, el relato retrospectivo se sitúa en la adolescencia de Roberto. En un verano sin precisar la fecha “un grupo de blanquiñosos” (III, 73), se reúne en la Plaza Bolognesi de Miraflores, para ver a las muchachas jugar voleibol, sobre todo a Queca. Este espacio que ingresa el personaje principal es ajeno y queda signado por lo social. La “pandilla de mozos” que se concentra en el lugar pertenece a una clase acomodada: viven en chalets y estudian en colegios particulares. Mientras que Queca siendo de condición socio-económica inferior: habita una casa de una sola planta y acude a un colegio religioso, es la más deseada por la apariencia física: “su tez capulí, sus ojos verdes, su melena castaña” (III, 74).
En cambio, Roberto es el hijo de la lavandera, que vive “en el último callejón que quedaba en el barrio” (III, 73). En su descripción se dice, por ejemplo que era “un ser retaco, oscuro, bembudo y de pelo ensortijado” (III, 74). Se destaca entonces la pobreza y la fealdad del personaje, que no concuerda con la condición económica ni con el ideal estético (blanco) del grupo. Incluso se apela a estereotipos que lo ridiculizan y ofrecen una imagen negativa de él, como “quería parecerse cada vez menos a un zaguero de Alianza Lima” (III, 73) o que lo restringen a oficios y roles marginales, a “un portero de banco” (III, 73) o “un chofer de colectivo” (II,73). Se trata de un personaje marginal, cuyo futuro está limitado desde el principio, no hay posibilidades de ascender socialmente, en ese “país mediocre, misérrimo y melancólico” (III, 84) que ha nacido.
Ahora bien, la discriminación racial y la exclusión social se pone en juego en el encuentro entre Roberto y Queca. Él le hace llegar la pelota que ha rodado hacia su banca y ella aterrorizada lo mira por primera vez al mismo tiempo que dice: “Yo no juego con zambos” (III, 75). Esta escena es muy significativa en el cuento, porque permite analizar dos cosas importantes. Por un lado, tiene que ver con la metáfora de la invisibilidad, que alude a la situación del negro en la sociedad, es decir por medio de un mecanismo de discriminación el sujeto afroperuano se vuelve objeto, con lo que se niega su presencia. Por otro lado, ocurre una sanción social que lo discrimina y excluye, despertándolo a la realidad, sólo así se entiende que desde ese encuentro él intente cruzar la barrera social y también racial, en otras palabras es un personaje que interioriza los valores del grupo social dominante (blanco).
En seguida se describe el proceso de enajenación de Roberto, en su intento por ser otro. En la primera fase el cambio afecta su exterior físico y vestimenta: se lacea, tiñe el cabello ensortijado, se polvea el cuerpo, así como viste ropa americana de segunda mano. La respuesta de los demás es de burla por parte de los integrantes de la pandilla, de disgusto en los vecinos del callejón, y de rechazo en su jefe en la pastelería donde trabaja. Es notorio que el conflicto interracial blanco/negro, ha provocado en él un conflicto de identidad que trastoca su forma de vida.
En la segunda fase aprende el idioma inglés, trabaja en el Club de Bowling, se muda a un departamento junto con un amigo tan alienado como él, y, por último, viaja a Nueva York. Es ahí, que en este espacio extranjero, Roberto atraviesa por un proceso de degradación: de turista pasa a ser un inmigrante desempleado y luego un ilegal empobrecido. La indiferencia y el rechazo es mayor, pues se trata de uno más entre muchos de “toda procedencia, lengua, raza y pigmentación” (III, 83), que pretende vivir como un “yanqui” sin serlo.
Es por eso que, en la tercera fase, un tanto desencantado y desesperado se convierte en voluntario para luchar en la guerra de Corea. Roberto cree ingenuamente que ésta es la oportunidad que le permitirá obtener la nacionalidad, un trabajo y la integración a un país extranjero. Pero una vez más el destino está en su contra: Bob López ha perdido otra letra más de su nombre y también la vida. De forma que su “sueño rosado” se ha transformado en “pesadilla infernal”, tal como se había anunciado desde el comienzo en el cuento.
Además, hay otras historias que merecen tomarse en cuenta también. Por ejemplo, Queca representa a la muchacha educada dentro de las formas y los valores de una ideología racista, por eso ella es la más prejuiciosa del grupo. Para la elección de sus pretendientes apela a un mecanismo de discriminación racial y social, así Chalo Sander “tenía el pelo más claro, el cutis sonrosado y [...] estudiaba además en un colegio de curas norteamericanos” (III, 75) y Billy Mulligan era “pecoso, pelirrojo [...] “hijo de un funcionario del consulado de Estados Unidos” (III, 76). Sin embargo, el destino de Queca tiene lo suyo como historia “edificante”, ya que Mulligan se degrada transformándose en un hombre bebedor, abusivo, infiel y jugador; mientras que ella será calificada peyorativamente por su esposo irlandés como “chola de mierda” (III, 85). En consecuencia, Queca es también la receptora de la sanción social y la discriminación racial.
Asimismo, José María Cabanillas, el amigo de Roberto; se libra de la muerte en acción y vuelve mutilado a casa. En cierta forma ha logrado lo que tanto deseaba, una situación económica acomodada gracias a la pensión que recibe. Pero ha ocurrido también en él una especie de involución, aparece “desempolvado ya y zambo como nunca” (III, 85). Si antes había atravesado por un proceso de blanqueamiento; ahora, ha terminado por aceptar su apariencia física. Es claro, que la enajenación en él tiene un origen distinto, una vez salvado el aspecto económico ya no tiene sentido su preocupación por lo étnico.
Para finalizar, Roberto López resulta un personaje acomplejado por su condición racial y social. Ante los mecanismos de exclusión y la ideología racista, él opta por un proceso de despersonalización que lo conduce a un destino fatal. He ahí lo ridículo y hasta moralizante de su historia, que es narrada de forma irónica.

3. “Terra incógnita”: Estereotipo racial
Este es un cuento que llama mucho la atención por su ambigüedad e insinuaciones de tipo sexual (Luchting, 1983). Se concentra en la historia del doctor Álvaro Peñaflor, catedrático y estudioso de la cultura clásica grecolatina. Es curioso su apellido, pues alude a una oposición básica dureza/delicadeza, instaurando así la duda sobre la identidad del protagonista desde el principio.
El narrador extradiegético-heterodiegético cuenta de forma lineal cómo un simple paseo que el doctor Peñaflor realiza por los alrededores de Lima, se convierte en toda “una exploración de lo desconocido” (III, 16). Se trata de un doble viaje: uno centrífugo, que lo enfrenta a la realidad exterior; y otro, centrípedo que le revela su mundo interior oculto (Minardi, 2002).
Para empezar, el doctor Peñaflor está solo desde hace dos semanas; su esposa y sus dos hijas han partido en “una tour económica” (III, 15) a México y Estados Unidos. Una noche invernal en que estaba leyendo a Platón parece escuchar una voz interior que lo invita a salir de su casa, ubicada en una colina de Monterrico. Es como si en seguida descendiera de un espacio superior y familiar a otro, inferior y extraño. Lo que le permite pasar de un conocimiento libresco e intelectual al conocimiento mundano y sensual.
A continuación vemos al personaje conduciendo su auto a Miraflores, en búsqueda de un restaurante al que acudía cuando joven; pero este ha cambiado convirtiéndose en un local más ruidoso que casi no reconoce. Mientras bebe vino observa una mujer solitaria saboreando un helado, que de pronto se retira rechazando cualquier posible acercamiento con él. Después se dirige al parque Salazar donde mira atento una muchacha en pantalones y de pelo largo, que al acercarse resulta ser un adolescente, que luego lo insulta llamándolo: “viejo”. Este paso por el sector acomodado y embellecido de la ciudad, se puede resumir en una experiencia que colinda con la decepción, la confusión y el rechazo.
Después el doctor Peñaflor cruza el puente sobre la Vía Expresa, que comunica con Surquillo, un barrio social y económicamente distinto al que está acostumbrado. Ésta es la tierra incógnita a explorar. Hay dos bares que visita, uno más sórdido y degradante que el otro, que representan “el reino de las sombras” (III, 20). El primero, llamado “El Triunfo”, tiene mucho que ver con la trasgresión que acaba de hacer, ya que ha ingresado en “un antro de trancas y de grescas” (III, 20), para beber cerveza. Lo llamativo en esta secuencia es que el narrador apela a alusiones clásicas, para describir el ambiente que rodea al personaje, por ejemplo: “en lugar de sirenas, hombres hirsutos y ceñudos bebían cervezas” (III, 19), “Era [...] el náufrago aterrado buscando entre las brumas la costa de la isla de Circe” (III, 19), “sátiros hilares se dirigían con la mano en la bragueta hacia una puerta oscura” (III, 20), etc.
El segundo bar al cual ingresa es “El Botellón” y es aquí donde ocurre el encuentro con Aristogitón, apelativo que el doctor Peñaflor usa para referirse a su interlocutor, con el que bebe unos tragos. Este personaje es un hombre negro, hijo de un humilde cortador de caña, cuya ocupación es ser camionero. Lo que en verdad se resalta en él es su corpulencia y su musculatura, por eso no es casual llamarlo reiteradamente “coloso”, “gigante” o “guerrero”. Es más, la imagen del sujeto afroperuano así construida revela el estereotipo racial y social, pues se destaca su apariencia física y su condición de pobreza al mismo tiempo que se desvalora lo intelectual del personaje. En la conversación entre ambos, por ejemplo, Peñaflor habla de poesía clásica y el negro responde apenas con una copla popular.
Pasamos así a la secuencia más controvertida. Los personajes se trasladan a la casa de Peñaflor y se ubican en la biblioteca, “el refugio ideal” (III, 15). Esta vez las insinuaciones sexuales son muy explícitas, por ejemplo: el visitante se desabrocha la camisa y deja expuesto su tórax, el doctor le muestra un libro conteniendo una figura desnuda de un hombre, el camionero ebrio hace una broma obscena y vulgar, etc.
Más tarde, cuando ya está por amanecer, el doctor despierta al camionero negro, que se ha quedado dormido en el sillón y le sugiere darse una ducha en el baño, para sobreponerse a la borrachera. Al cabo de un rato Peñaflor entre nervioso y curioso: “Tuvo que entrar con un paño enorme y ver la recia forma oscura contra la mayólica blanca” (III, 25). La desnudez corporal del otro genera una sensación nueva en el doctor. Pero la escena es interrumpida, suena el claxon del taxi que espera afuera de la casa. Peñaflor conduce al visitante que ya está vestido a la calle y luego cierra la puerta “con doble llave” (III, 15).
Así, el doctor que ha llevado una vida “armoniosa y soportable” (III, 19), por veinte años; descubre en lo más hondo de su ser, la homosexualidad reprimida. Esto se convierte en una amenaza, de alguna forma se quiebra la imagen que tenía de sí mismo hasta entonces, la de un hombre casado, letrado y exitoso. La perturbación es extrema y termina por modificar su propio mundo: “En su escritorio seguían amontonados sus papeles, en los estantes todos sus libros, en el extranjero su familia, en su interior su propia efigie. Pero ya no era la misma” (III, 15).
Como se aprecia, el sujeto afroperuano es el personaje accesorio, es el otro diferente por la etnia, la clase social y el nivel cultural. Su descripción se logra a partir de una imagen estereotipada, se destaca sobre todo su corporeidad. Es esta imagen la que fascina e inquieta al sujeto blanco, representado por el doctor Peñaflor. En este sentido, lo étnico y lo sexual son los elementos más significativos en este cuento riberiano.


A manera de conclusión
La cuentística de Julio Ramón Ribeyro proporciona una mirada crítica e irónica de la sociedad limeña contemporánea, en la que incluso se representan los conflictos interraciales (blanco/negro) y el rechazo/exclusión del sujeto afroperuano, descubriéndose una ideología racista impuesta por la clase dominante, mayormente discriminadora y prejuiciosa.


Bibliografía

GENETTE, Gerald
1989 Figuras III. Barcelona: Editorial Lumen.

GRAS, Dunia
1998 “‘De color modesto’: Etnicidad y clase en la narrativa de Julio Ramón Ribeyro”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 48: 173-184.

LUCHTING, Wolfgang A.
1983 “Lo inconfesable en la obra de Julio R. Ribeyro: ‘Terra incógnita’“. Socialismo y participación 22: 131-135.

MINARDI, Giovanna
2002 La cuentística de Julio Ramón Ribeyro. Lima: Banco Central de Reserva del Perú – La casa de cartón.

RIBEYRO, Julio Ramón
1994 La palabra del mudo. Cuentos 1952/1993. 4 tms., Lima: Jaime Campodónico ed.

RICOEUR, Paul
1995 Tiempo y narración II. México: Siglo XXI Editores.

THEODOSÍADIS, Francisco (Comp.)
1996 Alteridad ¿La (des)construcción del otro? Yo como objeto del sujeto que veo como objeto. Santa Fe de Bogotá: Cooperativa Editorial Magisterio.

VILCHEZ BEJARANO, Yuri
2002 “Alfredo: un personaje (in)significante. Sobre el cuento ‘De color modesto’ de Julio Ramón Ribeyro”. Dedo crítico 8: 7-20.


[1] El primer cuento fue publicado como parte del libro Las botellas y los hombres (1964) y los dos últimos aparecieron en Silvio en el Rosedal (1977).
[2] El narrador extradiegético-heterodiegético es un narrador en primer grado que cuenta la historia de la cual está ausente. Cf. G. Genette (1989: 299).
[3] El narrador extradiegético-homodiegético es un narrador en primer grado que cuenta la historia de la cual está presente como personaje. Ver. G. Genette (1989: 300).
[4] El término prolepsis se define como narrar por anticipación. Cf. P. Ricoeur (1995: 505).
*
*
Ponencia leída el viernes 4 de diciembre de 2009, en el Coloquio Internacional "Jullio Ramón Ribeyro: La palabra del mudo", organizado por el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar (CELACP).

lunes, 23 de noviembre de 2009

Don Nicomedes Santa Cruz Aparicio, dramaturgo



HOMENAJE A NICOMEDES SANTA CRUZ APARICIO (1871-1957)

CICLO DE ACTIVIDADES
Del lunes 23 al viernes 27

Lunes 23
El Instituto Cultural Peruano Norteamericano rinde homenaje a su socio fundador Nicomedes Santa Cruz Aparicio, autor teatral de reconocido prestigio.

EXPOSICIÓN BIBLIOGRÁFICA
Lugar: Sede Miraflores, Biblioteca Estuardo Núñez
Hora: De 8:00 a. m. a 10:00 p. m.

Conferencia
NICOMEDES SANTA CRUZ APARICIO Y SU LEGADO FAMILIAR
Expone: Octavio Santa Cruz
Lugar: Sede Miraflores, Conference Hall (décimo piso)
Hora: 7:00 p. m.
*
Miércoles 25
Mesa redonda
CARTA INÉDITA DE NICOMEDES SANTA CRUZ APARICIO
Participan: José Campos Dávila (U. La Cantuta), Maribel Arrelucea Barrantes (UNMSM), Aldo Panfichi (PUCP), Susana Matute (CEDET) y Alberto Mendoza
Lugar: Sede Miraflores, Conference Hall (décimo piso)
Hora: 7:00 p. m.
*
Viernes 27
HOMENAJE CENTRAL A NICOMEDES SANTA CRUZ APARICIO
Lugar: Sede Miraflores, Conference Hall (décimo piso)
Hora: 7:00 p. m.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Las otras literaturas peruanas: desde la marginalidad hacia la inclusión



Ciclo de mesas redondas en la BNP


Para difundir los enfoques críticos en el estudio de las llamadas literaturas periféricas en nuestro país, facilitar un espacio de encuentro para los investigadores de la literatura, la cultura y tradición oral quechua, aimara, andina, amazónica y afroperuana, así como reflexionar y discutir temas relacionados con la identidad, la cultura oral y popular, la Biblioteca Nacional del Perú, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), y Ediciones Huerequeque organizan para el mes de noviembre un ciclo de mesas redondas para abordar este tema.


Nuevas estrategias para su inclusión


En la última década del siglo XXI, el Perú ha experimentado la emergencia de un nuevo corpus literario resultado de las manifestaciones artísticas y culturales de sectores sociales y étnicos procedentes del interior del país. Esta producción oral, popular y en lenguas nativas, es considerada como una literatura marginal, periférica o subalterna, lo cual impide su difusión y valoración en el canon. En este contexto se hace necesario estudiar, reflexionar y dialogar este tema, para entonces discutir las estrategias y las respuestas de inclusión, sin discriminación ni desvaloración de nuestra cultura tradicional.Las mesas se desarrollarán los días 4, 16 y 18 de noviembre de 7:00 a 9:00 p.m en la Sala de Usos Múltiples (SUM) de la BNP, Av. de la Poesía 160 San Borja.

En el programa participan destacados estudiosos de las diversas literaturas como:

*

MESA DE LITERATURA AMAZÓNICA 16/11/09

Maggie Romani (UNMSM), Alicia Alonzo (UNMSM), María Chavarría (UNMSM).

*

MESA DE LITERATURA AFROPERUANA 18/11/09

José Campos Dávila (UNEGV), Mónica Carrillo (LUNDU) y Milagros Carazas (UNMSM).
*
El ingreso es libre

lunes, 9 de noviembre de 2009

El sujeto afroperuano en Las consecuencias de Mercedes Cabello

En foto: Mercedes Cabello de Carbonera


Representar al afroperuano en la novela del s. XIX.
Una aproximación a Las consecuencias de Mercedes Cabello



A Esther Castañeda Vielakamen, profesora y amiga


Al cumplirse 100 de la muerte de Mercedes Cabello (Moquegua, 1842 - Lima, 1909), consideramos necesario estudiar su obra apelando a propuestas críticas más afortunadas y objetivas que aquellas recibidas en su contexto. Se trata de una de las principales escritoras de finales del s. XIX, cuya concepción de la novela está estrechamente ligada a la moral, tal como sostiene en sus ensayos y artículos. El presente texto tiene por objetivo realizar una breve aproximación crítica a Las consecuencias, novela de Cabello en la que se aprecia una representación temprana y estereotipada del sujeto afroperuano.

1. El contexto histórico-social.
La narrativa peruana escrita por mujeres en el siglo XIX surge en un contexto que bien puede enmarcarse en dos momentos: antes y después de la Guerra del Pacífico (1879-1884)[1]. En el primero se observa la llegada del civilismo al poder con Manuel Pardo (1872-1876) y el fracaso del proyecto liberal. En el ámbito literario, ocurre una singular apertura que permite que las representantes del “bello sexo” se han invitadas a conferenciar en el Club Literario de Lima o publiquen sus trabajos en los diarios como El Correo del Perú, entre otros. También son muy conocidas las veladas literarias en casa de Juana Manuela Gorriti, argentina llegada al Perú en 1848. Son espacios reducidos como estos que permiten el ingreso de las escritoras ilustradas al mundo de las letras. A partir de entonces nombres como Mercedes Eléspuru y Laso, Rosa Mercedes Riglos, Carolina Freyre de Jaimes, Teresa González de Fanning, Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello de Carbonera y otros más, no pasaran desapercibidos.

Lo más significativo ocurre después en un ambiente de postguerra y de reconstrucción nacional. El segundo momento coincide con el impacto de la corriente positivista, las puntuales críticas de Manuel González Prada, el realismo como propuesta literaria; pero, sobre todo, con la publicación de las novelas de todas estas escritoras. Cabe recordar Regina (1886) de Teresa González de Fanning, Jorge o el hijo del pueblo (1892) de María Nieves Bustamante, Un drama singular (1888) de Lastenia Larriva de Llona, Aves sin nido (1889) de Clorinda Matto de Turner, etc.

Es notorio observar que estas escritoras poseen una formación romántica en un primer momento, para luego orientarse al realismo como nueva opción literaria y, más tarde, al positivismo como corriente filosófica muy prestigiosa en la época. Lamentablemente la desidia que mostraron ciertos críticos y la falta de reediciones mantuvo esta narrativa casi en el olvido. De ahí nuestro interés para volver a una de las autoras más significativas de este periodo como es Mercedes Cabello.

2. Apuntes biográficos
Cabello nace en Moquegua en 1842 y llega a la capital a los veinte años de edad. Se casa con el doctor Urbano Carbonera. Era una mujer culta y de agudo criterio. No tuvo exactamente lo que se dice una formación académica. Lo que aprendió lo hizo de manera autodidacta leyendo en la biblioteca de la casa familiar. En el ámbito limeño se dio a conocer gracias a las tertulias literarias que organizaba la Sra. Gorriti tocando piano y leyendo sus propios ensayos de corte feminista y a favor de la educación laica. Estos eran publicados más tarde en los periódicos y semanarios. Vale la pena mencionar por ejemplo: “Influencia de la mujer en la civilización” (1874) y “Patriotismo de la mujer” (1876), que aparecen en El Correo del Perú y en la revista El Album. También son numerosos sus artículos en El Ateneo de Lima, El Perú Ilustrado, La Revista Social, El Comercio, El Nacional y tantos otros.

Al finalizar la guerra publica una a una sus controversiales novelas, para algunos críticos densas y panfletarias. Entre éstas cabe mencionar Sacrificio y recompensa (1887) que fuera premiada en el Concurso Internacional de El Ateneo de Lima, Los amores de Hortensia (1887), Eleodora (1887), Blanca Sol (1888), Las consecuencias (1890), El conspirador (1892). Pero no es lo único, destacan además el estudio filosófico La novela moderna[2] (1892) premiada con la Rosa de oro del Certamen Hispanoamericano de la Academia Literaria de Buenos Aires, el estudio crítico El Conde León Tolstoi (¿1890?) y el ensayo epistolar La religión de la Humanidad, carta al Sr. D. Juan Enrique Lagarrigue (1891). Y para acallar a sus detractores merecedora de otros premios más. Gana la Medalla de Oro por la Municipalidad de Lima por su ensayo “Influencia de las bellas artes en el progreso moral y material de los pueblos” y el Primer Premio del Certamen Literario con su trabajo “Independencia de Cuba”.

Pero luego llegan las agrias críticas que casi coinciden con su ocaso. Cabello sufre depresiones continuas e inicia sus incomprensibles ataques contra diversas personas e instituciones. Es internada en el Manicomio del Cercado en 1900. Más tarde se sabrá que se contagió de sífilis y que su estado correspondía a la última etapa de esta penosa enfermedad, como lo asevera el Dr. Patricio Ricketts luego de estudiar su hoja clínica. Silenciada su obra y perturbada mentalmente su autora, fallece el 12 de octubre de 1909.[3]

3. Hacia una poética de la moral en la novela.
Sin duda Cabello era una persistente lectora pues sus gustos literarios abarcaban desde Víctor Hugo, Balzac, Flaubert, Zolá hasta Tolstoi. Además se sabe que leía filosofía, tratados de Comte y Spencer sobre todo. Es decir, conocía de cerca el romanticismo, el naturalismo y el positivismo, que son justamente los que orientan su novelística.

Su extensa obra puede dividirse en dos etapas[4]. En la primera se dejan notar algunos rezagos del romanticismo. A esta etapa corresponden las novelas publicadas entre 1886 y 1887. El argumento es preferentemente amoroso y el formato en folletín, como suceden con Sacrificio y recompensa y Los amores de Hortensia. En cambio la segunda etapa está marcada por el realismo cuya base se sustenta en ideas positivistas. Corresponden entonces a este ciclo Blanca Sol[5] y El conspirador, por cierto sus novelas de mayor proximidad con la realidad y que causaron una serie de ataques contra su autora.


Lo más llamativo de su producción es que Cabello logra una reflexión muy personalísima con respecto al género novelístico y a la función de la literatura en la sociedad. En “Importancia de la literatura” (1876) adelanta que ésta es “el mejor bruñidor de las malas costumbres y de los hábitos viciosos de una sociedad”[6].

Además en “Un prólogo que se ha hecho necesario” de Blanca Sol completa diciendo que: “el novelista se ocupará en manifestar, que solo la educación y el medio ambiente en que vive y se desarrolla el ser moral, deciden de la mentalidad que forma el fondo de todas las acciones humanas” (p. V). Poner énfasis en el hombre y su medio social estaba acorde con el determinismo de los estudios sociológicos de la época. La influencia de Augusto Comte es notoria en la escritora.[7]

También Cabello consideraba que la moral social estaba basada en lo verdadero, lo bueno y lo bello; de modo que la novela “no solo debe limitarse á la copia de la vida sino además á la idealización del bien” (p. VI). Todo lo que no contribuya a ello debe ponerse en evidencia por medio de “las letras” y es lo que, en realidad, procura lograr su novelística, en cada novela critica las costumbres de su tiempo[8]. De ahí que no se hicieran esperar las protestas y los insultos de los sectores más conservadores.

4. Representar al afroperuano en Las consecuencias
Es curioso observar que las escritoras ilustradas a finales del s. XIX develan además en sus obras un cierto temor a las masas de color, en la representación de personajes secundarios (indios, negros y mulatos) que rodean a los principales, son estos los que amenazan la vida civilizada de los modernos criollos[9]. Tras la guerra del Pacífico, la élite civilista comercial y terrateniente había perdido el poder económico y en su intento de mantenerse en el liderazgo nacional más bien mostraban un cierto pesimismo.

Esto es claro por ejemplo en novelas de Mercedes Cabello, como es el caso de Las consecuencias (1889)[10]. Estamos ante una historia moralizante y romántica. Eleodora se enamora de Enrique, un empedernido jugador que lo perderá todo, degradando incluso a la joven. El amor de Eleodora la lleva a escribir cartas a su amado, éste las recibe por medio de su sirviente Juan. Es muy sintomático el contraste que se señala sobre Juan, un exterior físico negro y un interior espiritual comparable al blanco. Lo inquietante en la novela es esta relación de proximidad entre la heroína Eleodora y el sirviente Juan. La amistad y el cariño de la joven hacia Juan no son correspondidos de la igual forma, ya que éste al parecer esta enamorado de ella y este es un sentimiento que debe ser reprimido a como de lugar:

“Es cierto en el corazón de Juan, existía ese respeto que raya en veneración, el que en las razas inferiores, parece haberse arraigado, como si estuviese adherido á cada uno de los glóbulos de la sangre del individuo, y ese respeto era la salvaguardia de la joven. // Juan comprendía y valorizaba que Eleodora pertenecía á una raza superior. Su naturaleza oprimida y amoldada por el servilismo heredado de sus padres que más desgraciados que él, fueron esclavos, no le permitió ni un momento atreverse á tocar con su mano, la orla del vestido de Eleodora” (pp. 73-74)

Como se aprecia, para la autora es inconcebible la idea de relacionar a estos dos personajes con una pasión más exacerbada, la sola insinuación basta para escandalizar a sus lectores. De ahí que plantee a continuación las diferencias raciales y culturales para establecer una distancia de por medio entre los sujetos, con lo que se establece algunos binarismos importantes: inferior/superior, sirviente/ama.

Por esta razón a Juan se le atribuye una sexualidad que es parte del estereotipo del negro, pero que por su bien debe contrarrestar; en cambio, en Eleodora no hay el menor indicio de atracción hacia el sirviente negro, es algo impensable en la heroína que debe guardar las formas y su pureza (racial).

(... Continuará)

***

[1] Ver Tauzin-Castellanos, Isabelle. “La narrativa femenina en el Perú antes de la Guerra del Pacífico”. En: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. N° 42, 1995, pp. 161-187; también Denegri, Francesca. El abanico y la cigarrera. La primera generación de mujeres ilustradas en el Perú. Lima, Flora Tristán – IEP, 1996.

[2] Este bien puede ser considerado un metatexto, es decir un texto que aborda la reflexión sobre el carácter literario de otros textos. En este caso, Cabello discute la concepción de la novela de algunos escritores decimonónicos en relación con las corrientes literarias de su época.

[3] Para mayor referencia sobre su biografía puede consultarse el libro de Augusto Tamayo Vargas. Perú en trance de novela; ensayo crítico-biográfico sobre Mercedes Cabello de Carbonera. Lima, Ediciones Baluarte, 1940.

[4] Véase Castro Arenas, Mario. La novela peruana y la evolución social. Lima, José Godard Ed., 1966, p. 91.

[5] Es esclarecedor el artículo de Esther Castañeda. “A propósito de Blanca Sol. Una novela femenina del s. XIX, de Mercedes Cabello de Carbonera”. En: Moneda. Año 1, N° 9, 1989, pp. 59-61.

[6] Batticuore, Graciela. El taller de la escritora. Veladas literarias de Juana Manuela Gorriti: Lima-Buenos Aires (1876/7-1892). Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1999, p. 144.

[7] Para mayor información revisar Cornejo Quesada, Carlos. “Mercedes Cabello: ideología, literatura y realidad”. En: Cultura. N° 9, 1995, pp. 89-104.

[8] Ver Guerra Cunningham, Lucía. “Mercedes Cabello de Carbonera: estética de la moral y los desvíos no-disyuntivos de la virtud”. En: RCLL. N° 26, 1987, pp. 25-41.

[9] Denegri, Francesca. El abanico y la cigarrera. La primera generación de mujeres ilustradas en el Perú. Lima, Flora Tristán-IEP, 1996, pp. 138-139.

[10] Cabello, Mercedes. Las consecuencias. Lima, Imp. de Torres Aguirre, 1889.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Conversación en La Catedral, una lectura crítica



Desear o discriminar el cuerpo del otro (afroperuano).
Una lectura de Conversación en La Catedral

Milagros Carazas
Universidad Nacional Mayor de San Marcos


Introducción
La novela Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa fue publicada en 1969 y desde entonces ha sido considerada por la crítica como una de sus mejores producciones, en la que muestra un dominio magistral de las técnicas narrativas más audaces de la época. Con más de seiscientas páginas la novela era y es todavía un reto para un lector promedio. El tema principal se centra en la dictadura en el Perú de los años cincuenta. La intención del autor es describir lo mejor posible y de la manera más descarnada la historia de “Zavalita”, teniendo como referente inmediato el gobierno militar del general Odría marcado por la corrupción y la inmoralidad.
Como se recordará, Santiago Zavala, joven de 30 años y editorialista de La Crónica, debe rescatar inicialmente a su mascota de la perrera. Al llegar al local municipal se encuentra con Ambrosio, el antiguo chofer en la casa familiar; así que deciden beber unos tragos en La Catedral, un sucio y apestoso bar del centro de la ciudad. La conversación dura alrededor de cuatro horas y se remonta 15 ó 20 años en el pasado. Santiago está muy interesado en que Ambrosio le cuente la verdad sobre la relación homosexual con su padre, Don Fermín Zavala, y el asesinato de La Musa, antigua amante del poderoso Cayo Bermúdez. Pero Ambrosio prefiere mentir o negar su vinculación con ambos personajes. Así el diálogo se quiebra, Santiago regresa a casa más frustrado que antes y sin respuestas; mientras que Ambrosio, cansado y sin esperanzas, espera su final.
Lo llamativo está en que la novela de Vargas Llosa plantea además una complejidad mayor en el nivel narrativo, con cuatro partes bien definidas y capítulos al interior de cada una. Con lo que es notoria la presencia de un narrador extradiegético-heterodiegético que nos alcanza la perspectiva de Santiago sobre los hechos ocurridos, en tanto que se accede a la voz de los demás personajes actualizando diálogos yuxtapuestos que nos completan la mirada sobre el pasado. Cabe agregar que el narrador vuelve una y otra vez sobre el narratario, para replantear preguntas que se hace el propio Santiago en su interior: “¿En qué momento se había jodido el Perú? [...] Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál?” (Vargas Llosa, 1969: I, 13). Es decir, cuándo empezó su degradación y marginalidad, la ruptura con la familia y con la burguesía. No hay respuesta posible y si la hay se duda o se la deja para el final.
De otro lado, Conversación en La Catedral propone también que en esta sociedad representada ocurre un conflicto entre la clase burguesa alta y la clase ascendente mestiza, las cuales intentan sobrellevar las diferencias para compartir el poder. Sin embargo, los prejuicios sociales y raciales así como la discriminación, afloran irremediablemente. Esto se percibe incluso en las relaciones homoeróticas entre los personajes, en especial cuando la corporeidad del sujeto afroperuano es descubierta y produce el deseo o el rechazo, la afectación o el repudio, como sucede en el caso de personajes como don Fermín Zavala, Queta, La Musa hacia Ambrosio y Amalia, respectivamente. Nuestra ponencia intenta reflexionar sobre estas relaciones amorosas y el conflicto interracial que genera el deseo por el cuerpo del otro, en una sociedad patriarcal, machista y prejuiciosa que describe esta novela.

Ambrosio-Don Fermín
En la larga conversación de cuatro horas en el bar La Catedral, Santiago Zavala tiene como único interlocutor a su antiguo chofer Ambrosio; y este último personaje es el que nos llama la atención porque representa al otro, el sujeto que es diferente por la raza y la clase social. En realidad, la novela de Vargas Llosa no intenta describir al afroperuano como primera opción, pero lo hace de algún modo construyendo una imagen sesgada y cargada de prejuicios y estereotipos.
De acuerdo a lo narrado, Ambrosio abandona Mala y viaja a Lima en búsqueda de Cayo Bermúdez, el hombre más poderoso en el gobierno. Este lo contrata como chofer aunque algunas ocasiones hace las veces de matón para el régimen. Más tarde, trabaja en casa del empresario Don Fermín Zavala y se convierte en su amante. Tras la destitución de don Cayo y la muerte de La Musa, huye a Pucallpa en compañía de Amalia. Cuando ella muere y su negocio de la funeraria fracasa, regresa a la capital Es así “desmoronado, envejecido, embrutecido” (Vargas Llosa, 1969: I, 26) que lo encuentra Santiago en la perrera después de muchos años.
Para tener una imagen más acorde con lo planteado en la novela, habría que tener en cuenta cómo Ambrosio es visto por los otros personajes y cuál es su relación con algunos de ellos. En la novela, al contextualizarse en el pasado, describe Ambrosio como un hombre miedoso, inferior y extremadamente servil. Es un zambo “cabizbajo y acobardado” (II, 184), de ojos “atemorizados” (II, 167), con “dientes blanquísimos” y “cara plomiza” (II, 210). Está definido por su servilismo y cobardía, tal como se percibe en dos momentos claves, a saber: primero, cuando Amalia trabaja como mucama en casa de La Musa tiene mucho miedo de que alguien se entere de su relación con ella, en especial don Fermín; y, segundo, cuando le confiesa a Queta que él se reúne con don Fermín en Ancón para tener relaciones, teme que ella se lo cuente a alguien más.
Es interesante apreciar también que los demás personajes coinciden en que Ambrosio no es más que un “pobre negro” o un “pobre infeliz”. Obsérvese la carga negativa que tienen estas dos expresiones que ya descalifican al sujeto afroperuano por no pertenecer al grupo étnico y social dominante de la sociedad peruana, en la que predominan las formas y los valores del sujeto blanco (más exacto criollo). Por ejemplo, Queta, lesbiana y prostituta, es una mujer deseable para Ambrosio. Este se acuesta con ella durante dos años y entablan conversaciones muy íntimas, en que le da a conocer su relación homosexual con su jefe. Ella da muestras de repulsión no tanto por la relación sino más bien por el personaje don Fermín. Leamos un fragmento:

-“Es algo de dar pena –susurró Ambrosio-. A mí me da, a él también. Usted se cree que eso pasa cada día. No, ni siquiera cada mes. Es cuando algo le ha salido mal. Yo ya sé, lo veo subir al carro y pienso algo le ha salido mal. Se pone pálido, se le hunden los ojos, la voz le sale rara. Llévame a Ancón, dice. O vamos a Ancón, o a Ancón. Yo ya sé. Todo el viaje mudo. Si le viera la cara diría se le murió alguien o le han dicho que se va a morir esta noche” (p. 573).

Habría que agregar que en esta extensa conversación entre Ambrosio y Queta, este le revela además que don Fermín se avergüenza, ya que la imagen de empresario exitoso, esposo amoroso y padre ejemplar para la sociedad se desvirtúa hasta revelarse como la de un sujeto feminizado e inferiorizado por sí mismo y su propio discurso. No logra asumir su propia orientación sexual abiertamente. Valga la siguiente cita:

-A veces ni el trago, ni la yohimbina, ni nada –se quejó Ambrosio-. El se da cuenta, yo veo que se da. Pone unos ojos que dan pena, una voz. Tomando, tomando. Lo he visto echarse a llorar ¿ve? Dice anda vete y se encierra en su cuarto. Lo oigo hablando solo, gritándose. Se pone como loco de vergüenza ¿ve?
-¿Se enoja contigo, te hace escenas de celos? –dijo Queta-. ¿Cree que?
-No es tu culpa, no es tu culpa. Un hombre no puede excitarse con un hombre, yo sé.
-Se pone de rodillas ¿ve? –gimió Ambrosio-. Quejándose, a veces medio llorando. Déjame ser lo que soy, dice, déjame ser una puta, Ambrosio. ¿Ve, ve? Se humilla, sufre. Que te toque, que te lo bese, de rodillas, él a mí ¿ve? Peor que una puta ¿ve?” (p. 575).

Como ya se dijo, la novela de Varga Llosa revela también el conflicto interracial presente en la sociedad peruana, así la exclusión del sujeto afroperuano, responde a las normas sociales establecidas y las relaciones de poder. Es interesante observar que incluso este rechazo también puede darse en los espacios de corrupción y de relajamiento de la moral. Ambrosio al sentirse atraído por Queca se atreve a ingresar al burdel de mayor prestigio en Lima, el que es frecuentado por los burgueses adinerados y los militares más influyentes. Entonces su presencia genera repulsión y un malestar generalizado en las prostitutas y los visitantes del lugar:
Ahora bien, la reacción de Queca frente a Ambrosio es contradictoria. Por un lado, acepta sus insinuaciones y encuentros sexuales a cambio de dinero; y, por otro lado, lo desprecia reiteradamente cada vez que tiene oportunidad.

“-Tanto apuro para subir, para pagarme lo que no tienes –dijo, al ver que él no hacía ningún movimiento-. ¿para esto?
-Es que usted me trata mal –dijo su voz, espesa y acobardada-. Ni siquiera disimula. Yo no soy un animal, tengo mi orgullo.
-Quítate la camisa y déjate de cojudeces –dijo Queta- ¿Crees que te tengo asco? Contigo o con el rey de Roma me da lo mismo, negrito” (II, 227).

De este modo acabamos de apreciar que en Conversación en La Catedral, Ambrosio resulta un personaje secundario signado por lo más negativo, descrito apelando a estereotipos y prejuicios raciales. De ahí que sea el “zambo” rechazado por los demás por su condición étnica y económica, que no puede moverse en determinados espacios sociales y que ha interiorizado un sentimiento de inferioridad aceptando como natural un trato despectivo y ofensivo; y, sobre todo, es también el “pobre negro” que cumple un rol de sirviente, para el patrón que lo ve únicamente como un objeto sexual. Al final, no es capaz de sobrevivir en una sociedad que lo margina y no le ofrece oportunidades.

Amalia-La Musa-Queta
Continuando esta lectura, vale la pena centrarse en el personaje Amalia, una joven afroperuana que trabaja como mucama en casa de Hortensia, más conocida como La Musa y amante de don Cayo Bermúdez. Es bastante llamativo apreciar cómo se van dando los encuentros y conversaciones entre Amalia y La Musa así como Queta quienes, como ya se mencionó con anterioridad, llevan abiertamente una relación lésbica, incluso para el propio don Cayo. Es más, es él quien la trae del burdel y la aloja en la casa.
Lo primero que llama la atención en la novela es que Hortensia muestra un interés inusitado y exagerado por la limpieza del cuerpo de sus empleadas, entiéndase Carlota y la propia Amalia. Esta tiene que develar su desnudez ante la señora mientras se ducha, con el pretexto de comprobar el correcto baño personal. La visión del cuerpo femenino, joven, húmedo y limpio es motivo de una mirada cargada de deseo y una carcajada complaciente de parte de La Musa. Como se lee en la siguiente cita:

“Y media hora después, cuando Amalia, los dientes chocándole, estaba bajo el chorro de agua, la puertita del cuarto de baño se abrió y apareció la señora en bata, con un jabón en la mano. Amalia sintió fuego en el cuerpo, cerró la llave, no se atrevía a coger el vestido, permaneció cabizbaja, fruncida. ¿Tienes vergüenza de mí?, se rió la señora. No, balbuceó ella, y la señora se rió otra vez: te estabas duchando sin jabonarte, ya me figuraba; toma, jabónate bien. Y mientras Amalia lo hacía –el jabón se le escapó de las manos tres veces, se frotaba tan fuerte que le quedó ardiendo la piel-, la señora siguió ahí, taconeando, gozando de su vergüenza, también las orejitas, ahora las patitas, dándole órdenes de lo más risueña, mirándola de lo más fresca. Muy bien, así tenía que bañarse y jabonarse a diario y abrió la puerta para salir pero todavía echó a Amalia qué mirada: no tienes por qué avergonzarte, a pesar de ser flaquita no estás mal. Se fue y a lo lejos otra carcajada” (p. 211).

Ahora bien, en otra escena se describe lo inverso, es decir, es Amalia quien tiene la oportunidad de contemplar la desnudez de la señora mientras ésta está en la tina de baño. En todo caso, la mirada de Amalia es de curiosidad, perplejidad e incomodidad ante otro cuerpo semejante al suyo; mientras que La Musa aprovecha la misma circunstancia para insinuarse indirectamente aunque sin éxito. Así es claro en esta cita:

“El vaho cubría el cuarto, todo era tibio y Amalia se detuvo en la puerta, mirando con curiosidad, con inquietud, el cuerpo blanco bajo el agua. La señora abrió los ojos: qué hambre, tráemelo aquí. Perezosamente se sentó en la tina y alargó las manos hacia la bandeja. En la atmósfera humosa, Amalia vio aparecer el busto impregnado de gotitas, los botones oscuros. No sabía dónde mirar, qué hacer, y la señora (con ojos regocijados comenzaba a tomar su jugo, a poner mantequilla en la tostada), de pronto la vio petrificada junto a la tina. ¿Qué hacía ahí con la boca abierta?, y con voz burlona, ¿no te gusto? Señora, yo, murmuró Amalia, retrocediendo, y la señora una carcajada: anda, recogerás la bandeja después” (p. 212).

Pero la escena que más va a sorprender e inquietar sobre manera a Amalia ocurrirá varios capítulos después en la novela. Cuando ella ingresa a la habitación para limpiar y encuentra a La Musa y Queta compartiendo la cama y exhibiendo su desnudez, en otras palabras, descubre el significado del lesbianismo por primera vez. Veamos a continuación:

“Se quedó helada: ahí estaba también la señorita Queta. Parte de las sábanas y del cubrecama se habían deslizado hasta la alfombra, la señorita dormía vuelta hacia ella, una mano sobre la espalda morena de la señorita, un hombro blanco, un brazo blanco, los cabellos negrísimos de la señora que dormía hacia el otro lado, ella cubierta por las sábanas. Siguió su camino, el suelo parecía de espinas, pero antes de salir una invencible curiosidad la obligó a mirar: una sombra clara, una sombra oscura, las dos tan quietas pero algo raro y como peligroso salía de la cama y vio el dragón descoyuntado en el espejo del techo” (p. 229).

Nuevamente la visión del cuerpo femenino ahora duplicado y en contraste resulta más que perturbador para Amalia, hay cierta curiosidad lasciva y parece amenazar su propia heterosexualidad.
Ahora falta saber qué ocurre durante el encuentro entre Queta y Amalia. Al parecer la presencia de la mucama en la casa había sido tema de conversación entre ambas amantes, así cuando Queta conoce finalmente a Amalia le parece muy atrayente, como confirmando lo dicho entre ambas. La mirada de Queta a la joven es más que lujuriosa, aprovecha varias ocasiones para coquetear usando un lenguaje lúdico y dotado de insinuaciones, incluso busca el acercamiento físico. Así lo ejemplifica esta cita:

“La primera vez que vio a Amalia se la quedó mirando con una sonrisita rarísima, y la examinaba y la miraba y se quedaba pensando […] Así que tú eres la famosa Amalia, por fin te conozco. ¿Famosa por qué, señorita? La que roba corazones, la que destruye a los hombres, se reía la señorita Queta, Amalia la malquerida” (p. 234).

O esta otra cita:

“Y de repente la agarró a Amalia de la muñeca, ven, ven, mirándola con que malicia, no te me vayas. Amalia miró a la señora pero ella estaba mirando a la señorita con picardía, como pensando qué vas a hacer, y entonces se rió también. Oye, qué bien te las buscas, chola, y la señorita se hacía la que amenazaba a la señora, ¿no me andarás engañando con ésta, no?, y la señora lanzó una de sus carcajadas: sí, te engaño con ella. Pero tú no sabes con quién te está engañando esta mosquita muerta, se reía la señorita Queta. A Amalia le empezaron a zumbar las orejas, la señorita la sacudía del brazo y comenzó a cantar ojo por ojo, chola, diente por diente, y miró a Amalia y ¿en broma o en serio?, dime Amalia, ¿en las mañanas después que se va el señor vienes a consolar a la chola? Amalia no sabía si enojarse o reírse. A veces sí, pues, tartamudeando y fue como si hubiera hecho un chiste. Ah bandida, estalló la señorita Queta, mirando a la señora, y la señora, muerta de risa, te la presto pero trátamela bien, y la señorita le dio a Amalia un jalón y la hizo caer sentada en la cama. Menos mal que la señora se levantó, vino corriendo, riéndose forcejeó con la señorita hasta que ésta la soltó: anda vete, Amalia, esta loca te va a corromper” (p. 238).


Es oportuno apuntar que el juego de miradas y el diálogo cómplice entre ambas expresa la atracción física que experimentan por la joven afroperuana o, mejor dicho, por el cuerpo del otro. En la escena descrita Amalia, entre avergonzada e ingenua, en medio de las dos mujeres, es el objeto sexual disputado por dos amantes, aunque se trate de un teatralización cómica de un trío amoroso. Lo cierto es que cuando La Musa interviene para liberar a la joven del juego, sus palabras encierran un sentido que sanciona también negativamente su propia opción sexual y, por consiguiente, su relación con Queta.
Por último, dicha relación entre la señora y la señorita, tantas veces referida, se concretiza al describirse el acto sexual. Curiosamente aparecen Hortensia, Queta y don Cayo en la habitación rodeada de espejos que multiplican extrañamente los cuerpos. En un primer momento, sentado en el sofá él observa pasivamente a las mujeres enlazadas en la cama; luego incitado por la escena intenta asumir un rol más activo tratando de copular con alguna de ellas pero falla. Leamos con detenimiento la cita siguiente:

“Las oía respirar, jadear, sentía el suavísimo crujido de los resorte, y vio las piernas de hortensia desprenderse de las de Queta y elevarse y posarse sobre ellas, vio el brillo creciente de pieles y ahora podía también oler. Sólo las cinturas y las nalgas se movían, en un movimiento profundo y circular, en tanto que la parte superior de sus cuerpos permanecían soldados e inmóviles […] Fue hacia la cama con la correa en alto, sin pensar, sin ver, los ojos fijos en la oscuridad del fondo, pero sólo llegó a golpear una vez: unas cabezas que se levantaban, unas manos que se prendían de la correa, jalaban y lo arrastraban. Oyó una lisura, oyó su propia risa. Trató de separar los dos cuerpos que se rebelaban contra él y se sentía empujado, aplastado, sudado, en un remolino ciego y sofocante, y oía los latidos de su corazón. Un instante después sintió el agujazo en las sienes y como un golpe en el vacío. Quedó un momento inmóvil, respirando hondo, y luego se apartó de ellas, ladeando el cuerpo, con un disgusto que sentía crecer cancerosamente. Permaneció tendido, los ojos cerrados, envuelto en una modorra confusa, sintiendo oscuramente que ellas volvían a mecerse y jadear” (pp. 229-330).

Como se indica líneas arriba, irónicamente, el hombre más poderoso y temido del país, no logra romper la unión de cuerpos femeninos que han dado forma en su performance lésbica las protagonistas. De esta manera don Cayo expone una debilidad física y sexual que lo limita, que no encaja con la imagen que muestra en la sociedad exterior, la de un hombre dominante, machista, grosero y agresivo.

Reflexión final
Ahora bien, no podemos descuidar la historia de Santiago Zavala, el personaje central. Se trata de un pequeño burgués que no quiere serlo porque de alguna manera se siente culpable, por eso trata de rehuir la decadencia del régimen dictatorial con la que se ha involucrado su padre y gracias a la cual su familia disfruta de ciertos privilegios; pero su historia es, además, la de cualquier otro peruano promedio (sin aspiraciones, acomplejado y prejuicioso), que fracasa en un país subdesarrollado. Es necesario observar entonces el significado que cobra el verbo “joder” así como su variante “jodido”, que se aplica a Santiago, Carlitos, Ambrosio y, por extensión, al Perú de los años cincuenta.
Pero, ¿cómo es el Perú? La imagen que nos proporciona la novela es la de un “burdel”; es decir, un espacio para la corrupción, la inmoralidad y la prostitución. Estas son las mejores características que describen el régimen de Odría y a todos sus aliados. Como bien opina el propio Cayo Bermúdez, la misma encarnación del poder: “Éste no es un país civilizado, sino bárbaro e ignorante” (I, 139). Asimismo la Universidad de San Marcos, que “era un reflejo del país” (I, 109), es descrita también como un “burdel”. En buena cuenta es una imagen repetitiva que va adquiriendo un sentido que trasciende más allá de la novela y afecta a cualquier lector, en este caso, a nosotros mismos.

*** Ponencia leída el día martes 20 de octubre de 2009, en el Coloquio Internacional Interdisciplinario Amores de(s)generados. Homoerotismo en el Perú y Latinoamérica: saberes, discursos y sujetos, organizado por el Grupo de Estudios Literarios Lationamericanos Antonio Candido y la Universidad Nacional Federico Villarreal.