miércoles, 21 de octubre de 2009

Conversación en La Catedral, una lectura crítica



Desear o discriminar el cuerpo del otro (afroperuano).
Una lectura de Conversación en La Catedral

Milagros Carazas
Universidad Nacional Mayor de San Marcos


Introducción
La novela Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa fue publicada en 1969 y desde entonces ha sido considerada por la crítica como una de sus mejores producciones, en la que muestra un dominio magistral de las técnicas narrativas más audaces de la época. Con más de seiscientas páginas la novela era y es todavía un reto para un lector promedio. El tema principal se centra en la dictadura en el Perú de los años cincuenta. La intención del autor es describir lo mejor posible y de la manera más descarnada la historia de “Zavalita”, teniendo como referente inmediato el gobierno militar del general Odría marcado por la corrupción y la inmoralidad.
Como se recordará, Santiago Zavala, joven de 30 años y editorialista de La Crónica, debe rescatar inicialmente a su mascota de la perrera. Al llegar al local municipal se encuentra con Ambrosio, el antiguo chofer en la casa familiar; así que deciden beber unos tragos en La Catedral, un sucio y apestoso bar del centro de la ciudad. La conversación dura alrededor de cuatro horas y se remonta 15 ó 20 años en el pasado. Santiago está muy interesado en que Ambrosio le cuente la verdad sobre la relación homosexual con su padre, Don Fermín Zavala, y el asesinato de La Musa, antigua amante del poderoso Cayo Bermúdez. Pero Ambrosio prefiere mentir o negar su vinculación con ambos personajes. Así el diálogo se quiebra, Santiago regresa a casa más frustrado que antes y sin respuestas; mientras que Ambrosio, cansado y sin esperanzas, espera su final.
Lo llamativo está en que la novela de Vargas Llosa plantea además una complejidad mayor en el nivel narrativo, con cuatro partes bien definidas y capítulos al interior de cada una. Con lo que es notoria la presencia de un narrador extradiegético-heterodiegético que nos alcanza la perspectiva de Santiago sobre los hechos ocurridos, en tanto que se accede a la voz de los demás personajes actualizando diálogos yuxtapuestos que nos completan la mirada sobre el pasado. Cabe agregar que el narrador vuelve una y otra vez sobre el narratario, para replantear preguntas que se hace el propio Santiago en su interior: “¿En qué momento se había jodido el Perú? [...] Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál?” (Vargas Llosa, 1969: I, 13). Es decir, cuándo empezó su degradación y marginalidad, la ruptura con la familia y con la burguesía. No hay respuesta posible y si la hay se duda o se la deja para el final.
De otro lado, Conversación en La Catedral propone también que en esta sociedad representada ocurre un conflicto entre la clase burguesa alta y la clase ascendente mestiza, las cuales intentan sobrellevar las diferencias para compartir el poder. Sin embargo, los prejuicios sociales y raciales así como la discriminación, afloran irremediablemente. Esto se percibe incluso en las relaciones homoeróticas entre los personajes, en especial cuando la corporeidad del sujeto afroperuano es descubierta y produce el deseo o el rechazo, la afectación o el repudio, como sucede en el caso de personajes como don Fermín Zavala, Queta, La Musa hacia Ambrosio y Amalia, respectivamente. Nuestra ponencia intenta reflexionar sobre estas relaciones amorosas y el conflicto interracial que genera el deseo por el cuerpo del otro, en una sociedad patriarcal, machista y prejuiciosa que describe esta novela.

Ambrosio-Don Fermín
En la larga conversación de cuatro horas en el bar La Catedral, Santiago Zavala tiene como único interlocutor a su antiguo chofer Ambrosio; y este último personaje es el que nos llama la atención porque representa al otro, el sujeto que es diferente por la raza y la clase social. En realidad, la novela de Vargas Llosa no intenta describir al afroperuano como primera opción, pero lo hace de algún modo construyendo una imagen sesgada y cargada de prejuicios y estereotipos.
De acuerdo a lo narrado, Ambrosio abandona Mala y viaja a Lima en búsqueda de Cayo Bermúdez, el hombre más poderoso en el gobierno. Este lo contrata como chofer aunque algunas ocasiones hace las veces de matón para el régimen. Más tarde, trabaja en casa del empresario Don Fermín Zavala y se convierte en su amante. Tras la destitución de don Cayo y la muerte de La Musa, huye a Pucallpa en compañía de Amalia. Cuando ella muere y su negocio de la funeraria fracasa, regresa a la capital Es así “desmoronado, envejecido, embrutecido” (Vargas Llosa, 1969: I, 26) que lo encuentra Santiago en la perrera después de muchos años.
Para tener una imagen más acorde con lo planteado en la novela, habría que tener en cuenta cómo Ambrosio es visto por los otros personajes y cuál es su relación con algunos de ellos. En la novela, al contextualizarse en el pasado, describe Ambrosio como un hombre miedoso, inferior y extremadamente servil. Es un zambo “cabizbajo y acobardado” (II, 184), de ojos “atemorizados” (II, 167), con “dientes blanquísimos” y “cara plomiza” (II, 210). Está definido por su servilismo y cobardía, tal como se percibe en dos momentos claves, a saber: primero, cuando Amalia trabaja como mucama en casa de La Musa tiene mucho miedo de que alguien se entere de su relación con ella, en especial don Fermín; y, segundo, cuando le confiesa a Queta que él se reúne con don Fermín en Ancón para tener relaciones, teme que ella se lo cuente a alguien más.
Es interesante apreciar también que los demás personajes coinciden en que Ambrosio no es más que un “pobre negro” o un “pobre infeliz”. Obsérvese la carga negativa que tienen estas dos expresiones que ya descalifican al sujeto afroperuano por no pertenecer al grupo étnico y social dominante de la sociedad peruana, en la que predominan las formas y los valores del sujeto blanco (más exacto criollo). Por ejemplo, Queta, lesbiana y prostituta, es una mujer deseable para Ambrosio. Este se acuesta con ella durante dos años y entablan conversaciones muy íntimas, en que le da a conocer su relación homosexual con su jefe. Ella da muestras de repulsión no tanto por la relación sino más bien por el personaje don Fermín. Leamos un fragmento:

-“Es algo de dar pena –susurró Ambrosio-. A mí me da, a él también. Usted se cree que eso pasa cada día. No, ni siquiera cada mes. Es cuando algo le ha salido mal. Yo ya sé, lo veo subir al carro y pienso algo le ha salido mal. Se pone pálido, se le hunden los ojos, la voz le sale rara. Llévame a Ancón, dice. O vamos a Ancón, o a Ancón. Yo ya sé. Todo el viaje mudo. Si le viera la cara diría se le murió alguien o le han dicho que se va a morir esta noche” (p. 573).

Habría que agregar que en esta extensa conversación entre Ambrosio y Queta, este le revela además que don Fermín se avergüenza, ya que la imagen de empresario exitoso, esposo amoroso y padre ejemplar para la sociedad se desvirtúa hasta revelarse como la de un sujeto feminizado e inferiorizado por sí mismo y su propio discurso. No logra asumir su propia orientación sexual abiertamente. Valga la siguiente cita:

-A veces ni el trago, ni la yohimbina, ni nada –se quejó Ambrosio-. El se da cuenta, yo veo que se da. Pone unos ojos que dan pena, una voz. Tomando, tomando. Lo he visto echarse a llorar ¿ve? Dice anda vete y se encierra en su cuarto. Lo oigo hablando solo, gritándose. Se pone como loco de vergüenza ¿ve?
-¿Se enoja contigo, te hace escenas de celos? –dijo Queta-. ¿Cree que?
-No es tu culpa, no es tu culpa. Un hombre no puede excitarse con un hombre, yo sé.
-Se pone de rodillas ¿ve? –gimió Ambrosio-. Quejándose, a veces medio llorando. Déjame ser lo que soy, dice, déjame ser una puta, Ambrosio. ¿Ve, ve? Se humilla, sufre. Que te toque, que te lo bese, de rodillas, él a mí ¿ve? Peor que una puta ¿ve?” (p. 575).

Como ya se dijo, la novela de Varga Llosa revela también el conflicto interracial presente en la sociedad peruana, así la exclusión del sujeto afroperuano, responde a las normas sociales establecidas y las relaciones de poder. Es interesante observar que incluso este rechazo también puede darse en los espacios de corrupción y de relajamiento de la moral. Ambrosio al sentirse atraído por Queca se atreve a ingresar al burdel de mayor prestigio en Lima, el que es frecuentado por los burgueses adinerados y los militares más influyentes. Entonces su presencia genera repulsión y un malestar generalizado en las prostitutas y los visitantes del lugar:
Ahora bien, la reacción de Queca frente a Ambrosio es contradictoria. Por un lado, acepta sus insinuaciones y encuentros sexuales a cambio de dinero; y, por otro lado, lo desprecia reiteradamente cada vez que tiene oportunidad.

“-Tanto apuro para subir, para pagarme lo que no tienes –dijo, al ver que él no hacía ningún movimiento-. ¿para esto?
-Es que usted me trata mal –dijo su voz, espesa y acobardada-. Ni siquiera disimula. Yo no soy un animal, tengo mi orgullo.
-Quítate la camisa y déjate de cojudeces –dijo Queta- ¿Crees que te tengo asco? Contigo o con el rey de Roma me da lo mismo, negrito” (II, 227).

De este modo acabamos de apreciar que en Conversación en La Catedral, Ambrosio resulta un personaje secundario signado por lo más negativo, descrito apelando a estereotipos y prejuicios raciales. De ahí que sea el “zambo” rechazado por los demás por su condición étnica y económica, que no puede moverse en determinados espacios sociales y que ha interiorizado un sentimiento de inferioridad aceptando como natural un trato despectivo y ofensivo; y, sobre todo, es también el “pobre negro” que cumple un rol de sirviente, para el patrón que lo ve únicamente como un objeto sexual. Al final, no es capaz de sobrevivir en una sociedad que lo margina y no le ofrece oportunidades.

Amalia-La Musa-Queta
Continuando esta lectura, vale la pena centrarse en el personaje Amalia, una joven afroperuana que trabaja como mucama en casa de Hortensia, más conocida como La Musa y amante de don Cayo Bermúdez. Es bastante llamativo apreciar cómo se van dando los encuentros y conversaciones entre Amalia y La Musa así como Queta quienes, como ya se mencionó con anterioridad, llevan abiertamente una relación lésbica, incluso para el propio don Cayo. Es más, es él quien la trae del burdel y la aloja en la casa.
Lo primero que llama la atención en la novela es que Hortensia muestra un interés inusitado y exagerado por la limpieza del cuerpo de sus empleadas, entiéndase Carlota y la propia Amalia. Esta tiene que develar su desnudez ante la señora mientras se ducha, con el pretexto de comprobar el correcto baño personal. La visión del cuerpo femenino, joven, húmedo y limpio es motivo de una mirada cargada de deseo y una carcajada complaciente de parte de La Musa. Como se lee en la siguiente cita:

“Y media hora después, cuando Amalia, los dientes chocándole, estaba bajo el chorro de agua, la puertita del cuarto de baño se abrió y apareció la señora en bata, con un jabón en la mano. Amalia sintió fuego en el cuerpo, cerró la llave, no se atrevía a coger el vestido, permaneció cabizbaja, fruncida. ¿Tienes vergüenza de mí?, se rió la señora. No, balbuceó ella, y la señora se rió otra vez: te estabas duchando sin jabonarte, ya me figuraba; toma, jabónate bien. Y mientras Amalia lo hacía –el jabón se le escapó de las manos tres veces, se frotaba tan fuerte que le quedó ardiendo la piel-, la señora siguió ahí, taconeando, gozando de su vergüenza, también las orejitas, ahora las patitas, dándole órdenes de lo más risueña, mirándola de lo más fresca. Muy bien, así tenía que bañarse y jabonarse a diario y abrió la puerta para salir pero todavía echó a Amalia qué mirada: no tienes por qué avergonzarte, a pesar de ser flaquita no estás mal. Se fue y a lo lejos otra carcajada” (p. 211).

Ahora bien, en otra escena se describe lo inverso, es decir, es Amalia quien tiene la oportunidad de contemplar la desnudez de la señora mientras ésta está en la tina de baño. En todo caso, la mirada de Amalia es de curiosidad, perplejidad e incomodidad ante otro cuerpo semejante al suyo; mientras que La Musa aprovecha la misma circunstancia para insinuarse indirectamente aunque sin éxito. Así es claro en esta cita:

“El vaho cubría el cuarto, todo era tibio y Amalia se detuvo en la puerta, mirando con curiosidad, con inquietud, el cuerpo blanco bajo el agua. La señora abrió los ojos: qué hambre, tráemelo aquí. Perezosamente se sentó en la tina y alargó las manos hacia la bandeja. En la atmósfera humosa, Amalia vio aparecer el busto impregnado de gotitas, los botones oscuros. No sabía dónde mirar, qué hacer, y la señora (con ojos regocijados comenzaba a tomar su jugo, a poner mantequilla en la tostada), de pronto la vio petrificada junto a la tina. ¿Qué hacía ahí con la boca abierta?, y con voz burlona, ¿no te gusto? Señora, yo, murmuró Amalia, retrocediendo, y la señora una carcajada: anda, recogerás la bandeja después” (p. 212).

Pero la escena que más va a sorprender e inquietar sobre manera a Amalia ocurrirá varios capítulos después en la novela. Cuando ella ingresa a la habitación para limpiar y encuentra a La Musa y Queta compartiendo la cama y exhibiendo su desnudez, en otras palabras, descubre el significado del lesbianismo por primera vez. Veamos a continuación:

“Se quedó helada: ahí estaba también la señorita Queta. Parte de las sábanas y del cubrecama se habían deslizado hasta la alfombra, la señorita dormía vuelta hacia ella, una mano sobre la espalda morena de la señorita, un hombro blanco, un brazo blanco, los cabellos negrísimos de la señora que dormía hacia el otro lado, ella cubierta por las sábanas. Siguió su camino, el suelo parecía de espinas, pero antes de salir una invencible curiosidad la obligó a mirar: una sombra clara, una sombra oscura, las dos tan quietas pero algo raro y como peligroso salía de la cama y vio el dragón descoyuntado en el espejo del techo” (p. 229).

Nuevamente la visión del cuerpo femenino ahora duplicado y en contraste resulta más que perturbador para Amalia, hay cierta curiosidad lasciva y parece amenazar su propia heterosexualidad.
Ahora falta saber qué ocurre durante el encuentro entre Queta y Amalia. Al parecer la presencia de la mucama en la casa había sido tema de conversación entre ambas amantes, así cuando Queta conoce finalmente a Amalia le parece muy atrayente, como confirmando lo dicho entre ambas. La mirada de Queta a la joven es más que lujuriosa, aprovecha varias ocasiones para coquetear usando un lenguaje lúdico y dotado de insinuaciones, incluso busca el acercamiento físico. Así lo ejemplifica esta cita:

“La primera vez que vio a Amalia se la quedó mirando con una sonrisita rarísima, y la examinaba y la miraba y se quedaba pensando […] Así que tú eres la famosa Amalia, por fin te conozco. ¿Famosa por qué, señorita? La que roba corazones, la que destruye a los hombres, se reía la señorita Queta, Amalia la malquerida” (p. 234).

O esta otra cita:

“Y de repente la agarró a Amalia de la muñeca, ven, ven, mirándola con que malicia, no te me vayas. Amalia miró a la señora pero ella estaba mirando a la señorita con picardía, como pensando qué vas a hacer, y entonces se rió también. Oye, qué bien te las buscas, chola, y la señorita se hacía la que amenazaba a la señora, ¿no me andarás engañando con ésta, no?, y la señora lanzó una de sus carcajadas: sí, te engaño con ella. Pero tú no sabes con quién te está engañando esta mosquita muerta, se reía la señorita Queta. A Amalia le empezaron a zumbar las orejas, la señorita la sacudía del brazo y comenzó a cantar ojo por ojo, chola, diente por diente, y miró a Amalia y ¿en broma o en serio?, dime Amalia, ¿en las mañanas después que se va el señor vienes a consolar a la chola? Amalia no sabía si enojarse o reírse. A veces sí, pues, tartamudeando y fue como si hubiera hecho un chiste. Ah bandida, estalló la señorita Queta, mirando a la señora, y la señora, muerta de risa, te la presto pero trátamela bien, y la señorita le dio a Amalia un jalón y la hizo caer sentada en la cama. Menos mal que la señora se levantó, vino corriendo, riéndose forcejeó con la señorita hasta que ésta la soltó: anda vete, Amalia, esta loca te va a corromper” (p. 238).


Es oportuno apuntar que el juego de miradas y el diálogo cómplice entre ambas expresa la atracción física que experimentan por la joven afroperuana o, mejor dicho, por el cuerpo del otro. En la escena descrita Amalia, entre avergonzada e ingenua, en medio de las dos mujeres, es el objeto sexual disputado por dos amantes, aunque se trate de un teatralización cómica de un trío amoroso. Lo cierto es que cuando La Musa interviene para liberar a la joven del juego, sus palabras encierran un sentido que sanciona también negativamente su propia opción sexual y, por consiguiente, su relación con Queta.
Por último, dicha relación entre la señora y la señorita, tantas veces referida, se concretiza al describirse el acto sexual. Curiosamente aparecen Hortensia, Queta y don Cayo en la habitación rodeada de espejos que multiplican extrañamente los cuerpos. En un primer momento, sentado en el sofá él observa pasivamente a las mujeres enlazadas en la cama; luego incitado por la escena intenta asumir un rol más activo tratando de copular con alguna de ellas pero falla. Leamos con detenimiento la cita siguiente:

“Las oía respirar, jadear, sentía el suavísimo crujido de los resorte, y vio las piernas de hortensia desprenderse de las de Queta y elevarse y posarse sobre ellas, vio el brillo creciente de pieles y ahora podía también oler. Sólo las cinturas y las nalgas se movían, en un movimiento profundo y circular, en tanto que la parte superior de sus cuerpos permanecían soldados e inmóviles […] Fue hacia la cama con la correa en alto, sin pensar, sin ver, los ojos fijos en la oscuridad del fondo, pero sólo llegó a golpear una vez: unas cabezas que se levantaban, unas manos que se prendían de la correa, jalaban y lo arrastraban. Oyó una lisura, oyó su propia risa. Trató de separar los dos cuerpos que se rebelaban contra él y se sentía empujado, aplastado, sudado, en un remolino ciego y sofocante, y oía los latidos de su corazón. Un instante después sintió el agujazo en las sienes y como un golpe en el vacío. Quedó un momento inmóvil, respirando hondo, y luego se apartó de ellas, ladeando el cuerpo, con un disgusto que sentía crecer cancerosamente. Permaneció tendido, los ojos cerrados, envuelto en una modorra confusa, sintiendo oscuramente que ellas volvían a mecerse y jadear” (pp. 229-330).

Como se indica líneas arriba, irónicamente, el hombre más poderoso y temido del país, no logra romper la unión de cuerpos femeninos que han dado forma en su performance lésbica las protagonistas. De esta manera don Cayo expone una debilidad física y sexual que lo limita, que no encaja con la imagen que muestra en la sociedad exterior, la de un hombre dominante, machista, grosero y agresivo.

Reflexión final
Ahora bien, no podemos descuidar la historia de Santiago Zavala, el personaje central. Se trata de un pequeño burgués que no quiere serlo porque de alguna manera se siente culpable, por eso trata de rehuir la decadencia del régimen dictatorial con la que se ha involucrado su padre y gracias a la cual su familia disfruta de ciertos privilegios; pero su historia es, además, la de cualquier otro peruano promedio (sin aspiraciones, acomplejado y prejuicioso), que fracasa en un país subdesarrollado. Es necesario observar entonces el significado que cobra el verbo “joder” así como su variante “jodido”, que se aplica a Santiago, Carlitos, Ambrosio y, por extensión, al Perú de los años cincuenta.
Pero, ¿cómo es el Perú? La imagen que nos proporciona la novela es la de un “burdel”; es decir, un espacio para la corrupción, la inmoralidad y la prostitución. Estas son las mejores características que describen el régimen de Odría y a todos sus aliados. Como bien opina el propio Cayo Bermúdez, la misma encarnación del poder: “Éste no es un país civilizado, sino bárbaro e ignorante” (I, 139). Asimismo la Universidad de San Marcos, que “era un reflejo del país” (I, 109), es descrita también como un “burdel”. En buena cuenta es una imagen repetitiva que va adquiriendo un sentido que trasciende más allá de la novela y afecta a cualquier lector, en este caso, a nosotros mismos.

*** Ponencia leída el día martes 20 de octubre de 2009, en el Coloquio Internacional Interdisciplinario Amores de(s)generados. Homoerotismo en el Perú y Latinoamérica: saberes, discursos y sujetos, organizado por el Grupo de Estudios Literarios Lationamericanos Antonio Candido y la Universidad Nacional Federico Villarreal.

lunes, 19 de octubre de 2009

Ponencia "Desear o discriminar el cuerpo del otro (afroperuano)" en CCE


COLOQUIO INTERNACIONAL INTERDISCIPLINARIOAMORES DE(S)GENERADOSHOMOEROTISMO EN EL PERÚ Y LATINOAMÉRICA: SABERES, DISCURSOS Y SUJETOS


LUGAR: Centro Cultural de España (Natalio Sanchez 181. Santa Beatriz).


PROGRAMA

Martes 20 de octubre

Hora 5:00 p.m.
Inauguración del Coloquio por parte del GRUPO DE ESTUDIOS LITERARIOS LATINOAMERICANOS ANTONIO CÂNDIDO (GELLAC).

Hora 5:10 p.m.Mesa: Homoerotismo en la literatura latinoamericana

Estefanía Peña Steel (Instituto de Lingüística y Literatura, Universidad Austral de Chile). “El migrante homoerótico en El vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata”.
Janet Díaz Manunta (Universidad Nacional Mayor de San Marcos). “Legalidad y clandestinidad en ‘La misteriosa metáfora de tu cuerpo’ de Doris Moromisato”.
Milagros Carazas Salcedo (Universidad Nacional Mayor de San Marcos). “Desear o discriminar el cuerpo del otro. Una lectura de Conversación en La Catedral”.
Lorena López Torres (Universidad Austral de Chile). “Confesiones de La Monja/Soldado Catalina De Erauso. Receptáculo, expansión masculina y disfraz”.


Más información en:



Organizan: Grupo de Estudios Literarios Latinoamericanos Antonio Candido (GELLAC), Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional Federico Villarreal.
Patrocina: Centro Cultural de España.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Homenaje a Marcos Yauri Montero



I Coloquio Internacional "Revisando los Discursos Andinos":

Homenaje a Marcos Yauri Montero (Así que pasen los tiempos)


Programación


Lugar: Salón de Grados "Antenor Orrego" (Paraninfito) Facultad de Humanidades
Universidad Nacional Federico Villarreal Av. Nicolás de Piérola 351 (Ex-Colmena)


Jueves 15 octubre

11:00 – 1:00 p.m.
Conferencia magistral:
- Zenón de Paz (Filosofía andina).


2: 00 – 3:30 p.m.
Mesa 3: Representaciones populares andinas.

- Elías Rengifo (UNMSM): El guión del Warachikuy. Teatro popular andino e intertextualidad exoliteraria.
- Giuliano Terrones (UNFV-PUCP): La Identificación de símbolos indígenas en el auto sacramental Robo de Proserpina y sueño de Endimión de Juan Espinosa Medrano.
- Milagros Carazas (UNMSM): El testimonio oral y el sujeto andino ante la modernidad. El caso del Callejón de Conchucos - Ancash.