viernes, 24 de diciembre de 2010

viernes, 1 de octubre de 2010

La Quebrada, Cañete (Sur de Lima)

Foto 1: Santa Efigenia de Cañete.

Foto 2: Rostro de la bellísima Santa Efigenia.


Foto3: Milagros Carazas al lado de la Santa Efigenia, detrás la iglesia en construcción.


Foto4: Marinera cañetana.


Foto 5: Danza en honor a Santa Efigenia.

Foto 6: Rostros afroperuanos en La Quebrada.





Foto 7: Rosotros afroperuanos en La Quebrada.


Foto 8: Rosotros afroperuanos en La Quebrada.

Aucallama, valle de Chancay (norte de Lima)

Foto 1: Plaza de Aucallama al amanecer.

Foto 2: Local comunal.

Foto 3: Milagros Carazas en avenida de Aucallama.


Foto 4: Chacras en los alrededores de Aucallama.



San Jacinto, valle de Nepeña (Ancash)

Foto 1: Plaza mayor de San Jacinto.

Foto 2: San Jacinto en la iglesia.

San José, valle de Nepeña (Ancash)

Foto 1: Plaza central de San José

Foto 2: Avenida principal de San José.

Foto 3: Casas alrededor de las chacras.






Motocachi, Valle de Ñepeña (Ancash)

Foto1: Plaza central de Motocachi



Foto 2: MC y vista del valle de Nepeña.


Foto 3: Embalse de Motocachi.



Foto 4: Casa de la ex hacienda de Motocachi.


Foto 5: Viñedo en los alrededores.






sábado, 23 de enero de 2010

La Fiesta de San Sebastián (o Chabaquito) en Yapatera

En foto: San Sebastián o Chabaquito, el santo patrón de Yapatera.

En foto: Proximidades de Yapatera, ideal para el ecoturismo.

Lunes 18 de enero de 2010

Hemos regresado a Chulucanas para recorrer algunos talleres de ceramistas en los alrededores y para presenciar la fiesta de San Sebastián, más conocido por sus fieles como Chabaquito. Al principio no sabía bien por qué quería regresar a Yapatera, algo o alguien me llamaba, ahora ya sé. Se trataba del santo patrón, o eso creo. Hace varios días que estamos acá y Yapatera ha cambiado. Varios restaurantes improvisados bajo carpas rodean parte del parque central así como ambulantes de baratigas, juguetes y milagritos se apostan cerca de la iglesia. Los restaurantes elevan sus parlantes bulliciosas y ya no se puede escuchar los propios pensamientos; los visitantes y locales se confunden en una algarabía embriagadora y confusa. En las peñas cuadras más allá el bullicio y los ebrios acaban con la tranquilidad del pueblo.
Doña Felicita es una afroperuana de más de sesenta años de edad, atenta y extrovertida. Se aproxima para conversar sobre la fiesta. En su opinión, "antes había mucha más devoción, hoy hay demasiadas religiones extrañas". Asiento con la cabeza y le comento que en la iglesia encontré a lo más cinco fieles rezando al santo y el resto afuera celebrando. Doña Felicita decepcionada recuerda que cuando era niña había muchísma gente, algunos venían de la sierras de Frías, y los mayordomos realizaban una gran fiesta con banda y mucha comida. Eso sí, ellos iban a la iglesia y acompañaban al santo. Por cierto, Chabaquito es muy inquieto, no siempre se queda en la casa familiar que lo guarda, se escapa para el corral. Reímos. "No querrá quedarse encerrado, quién sabe, le gustarán los animalitos", le respondo. Ella niega con la cabeza. "Él es así", concluye doña Felicita. Seguimos riendo cómplices.
Volvemos a la plaza, una ambulante vende milagritos. Son figuritas de latón, supongo. Cada una representa el milagro que el devoto solicita al santo patrón. Distingo aves de corral: un pavo, una gallina, etc. También hay frutos. "Estos son mangos y este otro es maíz, el de acá es una vaquita y el de allá una oveja", explica la vendedora. Me entretengo un buen rato tratanto de distinguir las figuritas y su significación. Me gustaría comprar aquella que signifique abundancia de libros o un tordito, pero es en vano. TAD sonríe y dice: "Mejor busca una gatita". Hummm! Levanto las cejas y concluyo que Chabaquito ya ha sido muy bueno con nosotras, nos ha dado salud y fuerza en este viaje.

Miércoles, 20 de enero de 2010

Tal como me informaron algunos organizadores, hoy hay misa y procesión. Ya pasan las 4 p.m. La plaza de Yapatera sigue igual que antes, muy bulliciosa y desordenada. La iglesia está en construcción, hecha de material noble. Aún sin tarrajear, el piso es de tierra, no hay ventanas, las bancas son muy añejas y pocas. Encontré al santo en la entrada. Había algunos fieles alrededor, atentos y curiosos. De pronto llegó una camioneta de la policía local y subieron a la imagen, después se acomodó como pudo la banda de seis músicos. Rápidamente se comenta entre los feligreses que se lo llevan a Chulucanas porque le van a homenajear allá. Nos quedamos absortas. Ah? Cómo? La comisión organizadora ha permitido el traslado. Lo inusual ha ocurrido esta vez. Considerando el camino terroso y desigual del pueblo y los baches de la carretera hacia la ciudad, dudo que sea lo más aconsejable. Grrrrr! ¿Y por qué las autoridades muncipales de allá no vienen a Yapatera a visitar al santo? Nos comunican que regresarán en una hora. Ya se va el santito en la camioneta 4x4 y todos vemos incrédulos su retirada.
Decidimos entonces caminar por las lomas próximas a Yapatera. Son atractivas para el turismo ecológico. Allá se encuentran las aves, las lagartijas, las mariposas y demás insectos. Los pequeños árboles de algarrobo son simplemente hermosos, incluso los más pequeños. Intento no estropearlos al pasar cerca a ellos. Las hormigas son o bien anaranajadas o bien negras, estas últimas son más grandes en tamaño. Si uno se sienta a la sombra de un árbol, estas suelen lanzarse en caída libre sobre uno o será que el viento las arrastra sobre uno.
Observo la tierra y las piedras enrojecidas. Cada piedrita lógicamente es diferente y posee una forma distinta, ideal para el coleccionista. Algunas son muy peculiares, p. e. esta parece un chupete de helado, tiene dos colores y es rectangular. Me pasaría un buen tiempo escarbando entre la tierra y caminando sólo para hallar más piedras especiales. Pero se acercan unas cabras, prefiero hacerme a un lado y mirarlas de lejos. Estas deambulan solas sin dueño a la vista, devorando la poca vegetación. Hay algunas crías que me gustaría acariciar. Esa con pintitas es muy graciosa.
En Yapatera se pueden encontrar también aves diversas. Me agrada verlas en vuelo o escuchar sus cantos. TAD y yo nos hemos separado. Ella se ha ubicado en la parte baja de la loma. Desde acá arriba la veo, sentada entre los arbustos, muy quieta y paciente. Pretende fotografear al peche. Esta es un ave que lleva el pecho rojizo, realiza un vuelo hacia lo más alto para en seguida lanzarse rauda hacia el piso, y justo antes de llegar a tierra lanza un canto y vuelve a elevarse. Es todo un espectáculo a los ojos.
En cambio, desde aquí arriba, puedo apreciar gran parte de Yapatera y el ocaso en la lejanía. Las nubes grises empiezan a aparecer, el sol se despide lentamente, entre las nubes surgen unos rayos que iluminan algunas zonas más que otras, como si Dios iluminará caprichosamente esta maravillosa tierra. Las aves cantan alborosadas y decido entonces grabarlas. Cada trino es inigualable. Ya aprendí a distinguirlas. El chisco tiene un canto distinto y puede imitar a otras aves. Nos ha acompañado en todo el viaje así como la chilala y el chiclón. Me gustaría encontrarme un huerequeque pero no ha habido suerte. TAD dice que nos parecemos algo, que mis piernas son como las del huerequeque, muy delgaditas. Habrá que compararlas luego.
Ya oscureció y estamos otra vez muy cerca de la iglesia, hemos estado en la plaza esperando junto con los feligreses. Pasan de las 7 p.m. A lo lejos escuchó unos cohetes. Pareciera que se aproximan cada vez más. Los altoparlantes rugen como leones con su música, los ebrios chocan vasos más allá, mientras las mototaxis corren por las calles empolvadas. Pacientemente esperamos y de pronto alguien dice: "Ya viene". Todos giramos la cabeza a la calle que da ingreso a la plaza. Ahhhhh! Todavía no aparece. Los cohetes ya están sobre nuestras cabezas reventando en el cielo oscuro. Sí, al fin, es Chabaquito y su corso o algo parecido. Primero, una mototaxi trae enormes parlantes en los que se escucha una afroboliviana "saya", detrás surgen los danzantes, cuatro parejas. Más atrás llegan pastoras, indios, una danzante con traje de marinera y otra de tondero. Poco a poco surgen las camionetas adornadas: unos delfínes. En seguida el santo patrón, la banda con apenas seis músicos y otras camionetas. Al final, los seguidores que se pierden en la oscuridad. Es la entrada triunfal. Llegó el santo y sin un rasguño. TAD agrega: "Llegó feliz y bien acompañado". Nos sumamos a la procesión, la llovizna cae de pronto. Seguimos a Chabaquito por las calles de Yapatera. De las casas van apareciendo los otros fieles que le contemplan y se persignan mientras comentan que es la primera vez que la procesión de San Sebastián se haga de noche.
Es muy tarde ya, algunos danzantes se retiran, nosotras también hacemos lo mismo. Subimos a una mototaxi y dejamos a Yapatera, atrás queda el ruido de los parlantes, los alegres comensales y bebedores, la plaza adornada de botellas de plástico y papeles, los ambulantes, sí, muy atrás. La mototaxi se abre camino en la oscuridad de la noche, casi nada se puede ver desde la ventana trasera, apenas unas lucesitas en el fondo. Adiós Chabaquito, cuida tu pueblo.

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Nosotras continuamos el viaje, el mapa señala dos puntos más: Sullana y Paita. Espero encontrar cumananas y patillos en el valle del Chira así como alegres porteños y vistosos pelicanos en la playa. Después iremos al sur, el desierto es una buena opción; Sechura es una ciudad amigable para disfrutar las vacaciones y qué mejor que el Estuario de Virrilá para avistar flamencos y enlodarse los pies.
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Como es sabido, históricamente, los esclavos llegaban al puerto de Paita, para luego ser distribuidos a las diferentes haciendas de Piura, como las que se encontraban en Chulucanas, Sullana, Sechura, etc. De este modo en el censo de 1876 se observa que Piura tiene una población muy significativa de esclavos, alrededor de 5380, esto es, se erige como la segunda provincia con mayor población afroperuana después de Lima. Esta es la ruta del esclavo.
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martes, 19 de enero de 2010

Malacasí, un poblado que sorprende

En foto: calle de Malacasí

Jueves,14 de enero de 2009

Después de Salitral, es decir, después de varias curvas, kilómetros y chacras en el camino, asoma un letrero que anuncia que estamos llegando a Malacasí. Este si que es un término muy curioso, una incógnita para mí. Al igual que sucedió en Serrán y la Alberca, la carretera corta drásticamente al poblado. Cuando uno va solo de paso y cruza en la movilidad, Malacasí parececiera que es un poblado pequeño pero no es así, en realidad es más grande de lo que se piensa. Toda una sorpresa. La plaza central es alargada, más rectangular, con muchos árboles. La pequeña iglesia a un lado alberga la imagen de San Martín de Porres, la que está bien conservada y es grande. En el exterior las casas son varias, hechas de barro y los cercos de algarrobo. Desde donde estoy puedo apreciar que la calle da al cerro, allá al fondo. Los pobladores de Malacasí son conversadores, hay muchos en grupo refrescándose a la entrada de las casas. Una voz femenina en los altoparlantes anunciando avisos comerciales y noticias locales interrumpe en el valle, el eco es estruendoso, demasiado para mi gusto. Creo que no lograré acostumbrarme a ello.

Los afroperuanos acá no son muy amigables con los extraños, acaso se inhiben o son tímidos, hummm! Esto último ni yo me lo creo. En fin, regresamos a la carretera para observar el comercio local, sin perder mucho tiempo TAD, otra vez golosa, compra unos mangos.

Ya ha sucedido antes, en otras comunidades afroperuanas, que hay algunos problemas insalvables todavía, como la falta de desague y la basura. Malacasí no es diferente. No hace mucho esta carretera fue pavimentada y hay muchas espectativas de los pobladores, porque esto significa acceso directo y en menos tiempo, por lo menos para enviar sus productos agrícolas fuera de la provincia. Ojalá que las autoridades políticas sean más sabias en sus decisiones y el canon regional alcance para concretar el proyecto del desague y que los pobladores comprendan que la limpieza contribuye enormemente a la salud pública, acaso se enseñe esto en las aulas.

Mientras medito (o sueño) el atardecer es como una postal que capturo en mi mente. El viento sopla y se lleva las hojas del camino. Pronto regresaremos a Morropón. Ha sido un día muy agotador e inigualable. No quisiera retornar.

La Alberca

En foto: carretera que cruza La Alberca


Jueves, 14 de enero de 2010

Hemos vuelto sobre nuestros pasos y ya estamos en La Alberca, curioso nombre para un lugar que pertenecía tambien a los hacendados Cullighan. La carretea atraviesa el poblado y lo divide en dos. Está rodeado de cerros enverdecidos y cautivantes. El sol no tiene descanso, a pesar de ello caminamos por la Alberca, cruzamos las callecitas enlodadas un poco por la lluvia de anoche. De un lado de la carretera encontramos a don Juan quien se encontraba rodeado de cajones de madera, los que iba llenando de limones. Hummm! Me acerqué a conversar con él. Don Juan es un hombre afroperuano mayor, alto, robusto y con una mirada entristecida o debiera decir decepcionada, luego me enteré el motivo. A los veinte años dejó su pueblo para ir a Lima, allá trabajo en el Mercado Central comercializando con los productos agrícolas enviados por su familia desde acá. Más tarde, participó de la fundación del pueblo pujante de Villa El Salvador, tiene una casita de material noble, en la que vive su señora. Se quedó en la capital más de treinta años.
Observo su labor, don Juan apila los limones y los escoje uno a uno, separando los buenos y sanos de los otros. El aroma que despiden los limones es agradable. Él comenta que en estos tiempos se paga más por el limón que por la cosecha de mango, lo cual es cierto. He visto regados los mangos en el tierra pudriéndose, mordisquiados por el ganado o picoteados por las aves. El agricultor no tiene ganancias si los precios son bajos. Es demasiado esfuerzo por unos cuantos soles; debiera acabarse con los intermediarios y aquellos transportistas que se aprovechan de los hombres del campo.
Don Juan vive en la Alberca más plácida y saludablemente que en la capital. El calor piurano reconforta sus huesos y la comida es a su gusto, arroz, frejoles y cabrito. Hummm! Tiene razón. Los afroperuanos en la Alberca son más numerosos que en Serrán, poblado ubicado varios kilómetros más arriba. Me gustaría quedarme pero debo continuar mi viaje a Malacasí. ¿Qué habrá allá? La mototaxi corre furiosa bajando por el valle, el viento en el rostro es una bendición de Dios.

lunes, 18 de enero de 2010

Serrán, la aspiración de crecer

En foto: El río próximo a Serrán.

En foto: Vista panorámica desde la carretera.

Jueves, 14 de enero de 2009

Cuando uno aprecia el mapa de Piura, hay un camino que va de Morropón a Canchaque y Huancabamba, en el alto Piura. La carretera asfaltada con fortuna es nueva, recién inaugurada. Ahora bien, las comunidades afroperuanas que se hallan en la ruta son tres, a saber: Malacasí, la Alberca y Serrán, en este orden, subiendo hacia la sierra. Pertenecen al distrito de Buenos Aires. El río corre a lo largo de la vía y el paisaje es sencillamente hermoso, para no olvidarlo nunca. Hay diversos sembríos, p. ej., se puede apreciar mangos, papayas, plátanos, dáctiles, limones, pacayes, etc.
Hemos subido a un bus que va hacia Huancabamba, el viaje será directo entonces. Después de más de una hora aproximadamente, aparece el letrero que anuncia a Serrán. Estoy muy emocionada ya que esta es la comunidad más alejada en el mapa. Este es un pequeño logro en nuestro trabajo de campo, a pesar de nuestro cansancio y riñones. El bus se detiene a mi señal y sin saberlo estamos a la altura de la iglesia principal del poblado. Recorremos la plaza principal,no hubo suerte con la iglesia que permanece cerrada por el momento. En esta ocasión se observa algunos afrodescendientes entre las modestas casas y las calles empolvadas, el sol está en lo alto y el calor castiga.
Tras almorzar nos guarecemos por un rato bajo un enorme árbol a la entrada de una casa, en la misma carretera. No tarda en aparecer la dueña y amablemente nos invita a sentarnos en unas sillas que ella misma ha sacado afuera. Conversamos. Después nos confiesa que su familia viene de Morropón y que su madre "era morenita". Ya había notado cierta familiaridad en ella. Su hijo, Segundo, se suma a la reunión. Es muy conversador y parece que quiere contarnos todo sobre Serrán. Este por ejemplo es un vocablo que señala el antiguo nombre de un cacique del valle, quizá de los Tallanes. Con apoyo del muncipio y el INC se está implementando un museo de sitio, lo cual es una buenísima noticia, además Serrán es una localidad que aspira a ser distrito, es bastante connotado y céntrico para el comercio. Detrás de sus cerros hay mucho por conocer, como una flora medicinal muy atractiva.
El joven Segundo nos invita a acompañarlo a sus tierras próximas al río. En el trayecto nos comenta que esta zona solía ser la pista de aterrizaje del hacendado Cullighan. En su tiempo desde aquí se comercializaba al exterior algodón, el que se transportaba al puerto de Paita. Como ya sucedió en otros lugares, esas épocas terminaron con la reforma de Velasco, para recordarlo hay una estatua en un parquesito al lado de la iglesia. Caminamos un buen tramo hasta la orilla misma del río, vemos asombradas unos enormes y frondosos mangos. TAD es muy golosa y Segundo le ofrece algunos que recibe muy agradecida. También observamos unos troncos largos de cocoteros sin hojas, al parecer una peste ha acabado con ellos. Las aguas del río son cadenciosas y acompañadas del canto de las garzas y chiscos. Segundo nos refiere su propia historia personal, recuerda cuando entusiasmado se fue a recorrerlas provincias hasta llegar a Lima. La capital fue inhóspita para él, allá fue asaltado y malherido. Hoy se pregunta por qué la gente quiere ir a Lima de todas maneras cuando allá no hay trabajo. Los más jóvenes abandonan las chacras, son ociosos y prefieren las fiestas de fin de semana. Existen muchos terrenos abandonados, él ha preferido retornar y recuperarse mientras trabaja con sus padres las tierras.
Observó con detenimiento a Segundo, lleva un sombrero caqui tipo ranger, un machete colgado a un lado de su cintura y una caña laaarga para cosechar los mangos en una mano. Es sincero y muy objetivo en sus apreciaciones. Para qué quieren ir los jóvenes a Lima cuando Serrán es un poblado pujante y en crecimiento, con un paisaje envidiable y un clima magnífico. Ya quiero cruzar la carretera y caminar entre sus cerros pero el calor es sofocante. La conversación continúa ahora donde se inició, a la entrada de su casa, bajo la sombra de un apacible árbol.

Boca negra, un poblado sin salida

Martes, 12 de enero de 2009

El profesorAgustín Huertas en una conversación mencionó algunos apellidos de ascendencia afroperuana en Boca negra, así que decidimos conocer el poblado. Para llegar allá es necesario avanzar por un camino terroso y empedrado, cruzar el río y continuar la cuenca un tramo, para luego al fin ver aparecer Boca negra detrás de las chacras y los árboles de mango. Si por casualidad se continúa el camino se llega a Maray, los colectivos van siempre repletos de gente y cosas hacia aquel lugar. La mototaxi que nos trajo ya se marchó, habrá que esperar pacientemente otra, con suerte saldremos de aquísin problema.
Hemos llegado y pienso que en febrero las lluvias serán torrenciales en esta zona y no habrá acceso a este poblado, por eso mi premura en conocerlo hoy. Es un día nublado aunque el calor amenaza con aumentar. A simple vista no hay afroperuanos ni siquiera afromestizos, más bien observo andinos. Dónde están mis hermanos? Poco a poco me entero que la mayoría de afroperuanos han alquilado y/o vendido sus casas y tierras, para trasladarse a otras ciudades como Piura, Lima, etc.
Caminamos por las calles Boca negra, las casas se encuentran deterioradas y algunas permanecen cerradas o, mejor dicho, clausuradas. De un lado los cerros enverdecidos con árboles como el algarrobo y unas matas espinosas entre las rocas, son bastante atractivos para dar un paseo, es más la curiosidad de conocer qué hay detrás de los cerros nos invita a explorarlos. La subida es escarpada y no muy sencilla, es necesario esquivar las ramas con espinas y rodear enormes rocas, en las cuales a veces caprichosamente crece un algarrobo o un cacto. Las hormigas comehojas son abundantes así como las mariposas marrones que se extravían entrelos troncos. Desde lo alto Boca negra es apenas unas cuantas manzanas de casas muy humildes, el valle esespléndidocon sus huertas y sembríos de arroz , es decir, brotes que tientan a las aves delos alrededores. Arriba encontramos un par de gallinazos que nos oscultan con sus ojos perplejos. Nadie viene hasta acá, hemos ido haciendo nuestro propio camino. El sol aparece pero ya hemos llegado a la cima. Recobramos el aliento mientras apreciamos el paisaje, las aves canturrean entretanto. La bajada zigzagiante es más fácil si se lleva un bordón improvisado hecho con alguna rama gruesa. Este día no encontré afroperuanos en Boca negra, pero logré subir la cuesta de un cerro. La vida es así de difícil a veces, lo apreciable es llegar hasta al final, subir la cuesta o, por lo menos, intentarlo.

miércoles, 13 de enero de 2010

Morropón, entre la cumanana y los negros Pitingos

En foto: El paisaje desde el cerro El Alba.


Viernes, 8 de enero de 2010

En la noche visitamos a don Nico Sandoval en su casa. Es un afrodescendiente, cumananero conversador y sencillo, con ánimo de compartir su historia de vida. Recuerda a sus padres, sobre todo a su madre, una mujer trabajadora que solía cocinar con una buenísima sazón que le dio fama en Morropón. Don Nicanor es bajito, lleva consigo un morral andino comprado en los alrededores de San Luis. Tuvo la oportunidad de viajar a Ecuador cuando joven en búsqueda de trabajo, aunque dejó familia allá tuvo que regresar a estas tierras, ya que se anunciaba un conflicto con el vecino país. Al cabo de muchos años su hijo mayor vino a buscarlo. El encuentro remueve lastimosos recuerdos en el anciano don Nico, su voz cambia y sus ojos se empañan. No quiere que lo notemos. Más adelante, don Nico comparte su experiencia como cumananero. Ha participado y vencido en varias competencias en el departamento de Piura.
Como ya se mencionó antes, el contexto de las cumananas (cuartetos rimados) es la chichería, el velorio, el cumpleaños, etc. El contrapunto, es decir, la pregunta y la respuesta o la insinuación y la respuesta; es inspirada, improvisada y muy creativa. En Morropón se comenta mucho anécdotas del afroperuano don Ramón Domínguez Saavedra (1913-1987), nacido en Maray, conocido además por sus décimas y tonderos como, p. e., "Frutos de mi tierra" y "La pediche", entre otros. Su producción artístico-literaria se encuentra aún inédita. Valga la siguiente como muestra: "El pobre es una escalera/ por donde el rico sube y baja/ el rico llega a tener/ porque el pobre le trabaja".


Sábado, 9 de enero de 2010

La noche calurosa siempre es propicia para encontrar amigos y conversar en las calles piuranas. En esta oportunidad hemos coincidido José Antonio de La Pilca y el profesor Federico Sánchez. Este último es autor de un importante libro titulado Voces y letras de Morropón. Curiosamente él es dicta física y matemáticas, sin embargo es muy aficionado a las letras, capaz de recitar versos de Enrique López albújar, entre otros. Que mejor que el prof. Sánchez para recordar algunas historias de Morropón, como la de los negros Pitingos de Corral del medio. Según se cuenta, en los años veinte, del siglo anterior, los pitingos eran unos negros que andaban a caballo y con armas al cinto, muy temidos en la zona. Un gendarmen recién llegado a Morropón dio la orden de que aquel que llevase armas debiera entregarlas, algunos cumplieron el mandato; en cambio, otros, como los negros pitingos, se negaron. El Pitingo, hechicero, enamoradizo y líder del grupo, anunció que vendría a la ciudad al encuentro del gendarme, en el local en el que se hallaba, muy próximo a la plaza principal. Se fijo la hora del encuentro. Hubo mucha espectativa. A la hora señalada llegaron en tropel los negros pitingos, los cascos de los animales se escuchaban desde lejos, la polvoreda que levantaban se aproximaba con ellos. Los vecinos cerraon su puertas y entreabrieron tímidamente sus ventanas. Nadie, ni una sola persona se veía en los larededores, menos una doncella incauta que bien podría ser raptada por el afamado Pitingo, el brujo. Cuando los negros feoroces llegaron al local donde se encontraba el gendarme, este creyó que la ley impuesta se cumpliría sin excusas pero el negro Pitingo que lideraba el grupo tenía otros planes. Se rehusó a entregar las armas, es más, dijo que no las entregaría porque a él le había costado su dinero el conseguirlas, así fue mostrando una a una, las que tenía en el cinto, las que se hallaban ocultas en los tobillos, la que estabe detrás en la espalda, y así eran demasiadas para contarlas. El gendarme no pudo decir nada más. Cómo hacerlo? Los negros pitingos ahora se alejaban de la plaza disparando al aire, satisfechos de sí mismos y de su altanería, y para no perder la costumbre el brujo Pitingo se levantó en el aire una ilusa muchacha en el camino, cuyo nombre sería apuntado en la libreta de enamoramientos del bandido.

lunes, 11 de enero de 2010

El Ingenio de Buenos Aires

En foto: Plazuelita de El Ingenio.


Viernes 8 de enero de 2010

Hemos regresado por el camino abrupto y pedregoso hacia La Pilca pero en esta ocasión nos hemos detenido en el Ingenio. Cuando uno llega y atraviesa la calle principal, se observa al fondo una chimenea que recuerda la época de la hacienda, cuando se sembraba caña de azúcar. En la plaza converso con don Israel y me cuenta que él trabajaba arriando el ganado, como se dice, de sol a sol, desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde. El trabajo era difícil, arduo e inclemente bajo el sol piurano y el calor que supera los 30 grados centígrados. Don Israel es un anciano parco y curioso, la vista empieza a fallarle, sus manos callosas y grandes revelan que en sus años mozos era my trabajador. Hoy lo encuentro sentado en una banca del parque, reposando sus años, refrescándose del calor agobiante. Como es sabido, el auge de la hacienda acabo con la reforma, la cooperativa llegó después, pero aquí la casa-hacienda se destruyó, apenas unos derruidos muros quedan como testimonio. Me pregunto si los trabajadores en un afán de venganza o en un intento de cancelar el pasado los llevó a acabar con esta.
El Ingenio viene experientando un nuevo resurgimiento, cada vez más llegan andinos a trabajar en los alrededores, aún así la población afroperuana es notable. Entonces el Ingenio crece y se vuelve más populosa, mientras que La Pilca se convierte en un poblado más apacible.
Ahora los niños chapusean en la acequia, allí vamos para guarecernos del sol. Una ventena de tordos entre los carrizos resulta todo un espectáculo a la vista. Ellos acostumbran a andar en grupo. Son negros, hermosos y maravillan a cualquiera con sus cantos, pueden imitar a otras aves, así que intento un silbido nuevo pero solo me ignoran. Como siempre la chilala se burla con su canto. TAD me dice que prepare la cámara y efectivamente para alegría nuestra, hay un pequeño martín pescador en el árbol que nos da sombra. Es una tarde inigualable. Allá en el horizonte, entre juncos, se encuentra el sol enrojecido, escondiéndose poco a poco entre nubes grises que anuncian la lluvia, el agua de la acequia se aclara y puedo ver las piedras del fondo. Parece que observo un paisaje oriental pero no es así, es el Ingenio de Buenos Aires. Pasado las 5 cuando el viento empieza a soplar fuerte y barre las calles, regresamos a Morropón.

El lejano y esquivo San Juan de Bigote

Miércoles 6 de enero de 2010

Hemos madrugado para llegar al distrito de San Juan de Bigote. El trayecto es realmente agotador. Hemos dejado atrás a Morropón. Salimos al cruce de Carrasquillo, subimos a una mototaxi, después de más de una hora estamos en Salitral, entramos a un camino del lado izquierdo, la carretera sigue de frente hacia Hancabamba, mientras que incursionamos por un camino polvoriento. Otra vez el golpeteo y los baches en el trayecto, lo que desanima a cualquier turista. Por fin, cuando llegamos la vistosa y concurrida plazuela nos recibe. En la biblioteca y la municipalidad buscamos información. Las autoridades son colaboradoras, aunque no la población local. La fiesta en Bigote está próxima, durará toda una semana. Es inquietante. Me hubiese quedado a no ser por la falta de seriedad de cierta dueña del único hospedaje de la zona. Habrá que quebrar ese monopolio y mejorar las condiciones, como abrir restaurantes apropiados, etc., si se desea impulsar el turismo en la zona. Me pareció atractivo la idea de visitar el bosque seco en Dotor y elogiable la campaña municipal de conservar los algarrobos. Pero no será posible esta vez. El calor aumenta así que nos refugiamos bajo los árboles del parque principal.
Una vecina nos da información sobre las familias afroperuans añejas en Bigote pero como ya ha sucedido en otros lugares, aquí también se viene dando el sincretismo cultural y la afluencia de migrantes andinos de Canchaque y Chalaco con más frecuencia, tanto así que en las calles se observan pocos afrodescendientes, en realidad, muy pocos. Acaso estarán ocultos en sus casas, esperando a que baje el sol?
Por la tarde, visitamos la pequeña iglesia, la imagen de San Martín de Porres pronto recorrerá las calles y nosotras no estaremos ahí para acompañarlo. Bigote posee un paisaje hermoso pero puede ser distante como esquivo para aquel que quiera conocerlo.

La Pilca, la majestuosidad de los cerros

En foto: imponente cerro tutelar La Pilca.

En foto: calle central de La Pilca.








Lunes 4 de enero de 2009

En el distrito de Buenos Aires están ubicados el Ingenio y La Pilca. Para llegar hasta allá es necesario pasar dos ríos: el Corral del medio y la Gallega. Como sucede en muchas partes de la costa peruana, el resto del años son ríos con poca agua o sin ella hasta que llegan las lluvias. Ya estamos próximos a estas, cuando menos nos esperamos empezarán y no será fácil llegar al otro lado de la orilla, por eso mi premura en llegar. Un vecino me cuenta que deben cruzar a nado o en cámaras inflables, como son dos los ríos cuesta más el pasaje, si sumamos a ello las motos, puesto que es de ida y vuelta, resulta exorbitante y peligroso ir a Morropón. De este modo de febrero a mayo o junio, sin exagerar, se quedan aislados y la comida escasea por acá. Entonces la pregunta ineludible es por qué no hay puentes, y otra vez ¿Por qué?
Todavía es muy temprano así que recorremos la zona. El calor aumenta aunque está ligeramente nublado. Caminamos debajo de los árboles y no en la ruta buscando sombra. Me dicen que "pilca" es una palabra que hace alusión a la roca dura, como esta que tengo en frente, que es enorme, un cerro de piedras rojas y pedernales. A pesar del calor me ariesgo a subir, una nube cruza en el horizonte, es el mejor momento. Subo guiandome por un caminito que intenta esquivar matorrales espinosos y cactos. Arriba, derruida hallo las ruinas. Se dice que el INC ha establecido que el área es arqueológica y motivo de investigación. No es muy extensa, apenas unas construcciones rocosas. La vista desde lo alto es maravillosa, plena y cautivante. Considero que los antiguos peruanos notaron que este era un lugar estratégico. La Pilca, ya no tengo duda, es un cerro imponente tanto como lo es un apu, tiene algo de sagrado. En cierta manera le agradezco por la oportunidad de dejarme llegar hasta él, a pesar de mis dolencias en las rodillas. Ahora pareciera que tengo más energías, quiero subir más y fotografiar desde lo alto del valle. Con sorpresa rodeando el cerro, me encuentro con unas cactáceas en flor, qué belleza! El sol brilla con más esplendor, es momento de retornar. Con extrañeza voy encontrando a mi paso algunos huesos. Pienso en el zorro que me pareció ver antes de subir. TAD insitía que era un perro salvaje, hummm! No lo creo ya que la cola era muy larga y las orejas anaranjadas y enormes. Mejor bajo donde hay más gente. Además, qué haría un perro alejándose de las chacras para subir el cerro?
Por la tarde, después de un delicioso almuerzo y una bebida refrescante de algarrobina, nos ubicamos debajo de un enorme árbol al lado de la acequia, parece más refrescante, es más los animales ofrecen todo un espectáculo aquí. Dos chanchas, una negra y otra con pintitas, están echadas en la acequia. Las observo, quisiera imitarlas pero como limeñita soy muy pudorosa y no podría entrar al agua sin traje de baño. Grrrrr! Al lado los chiscos brincan de rama en rama y las chilalas caminan como egipcias en la orilla. El calor aumenta, la brisa del viento conforta por breves minutos. Ufffff! Una vecina abre la cerca de su chacra y las vacas pasan a tomar agua. Son muy traviesas, algunas se van por el camino y la dejan gritando sola. Ya vuelven con un ritmo pausado y sedientas. Más tarde, una pareja de patitos cruza a nado la acequia y se deja llevar por la corriente, nadie los detiene, ellos están muy cómodos flotando. Dónde terminarán? En el río? En el otro poblado La Maravilla?
Un recién conocido, José Antonio se aproxima. Monta bicicleta. Está muy interesado en las dos, ya que no hay muchos visitantes por acá. Él como afrodescendiente nos cuenta la historia de su familia y la Pilca. Una costumbre en Semana Santa es subir al cerro, esta es una actividad juvenil. Entiendo muy bien el por qué. Aunque José ha estado trabajando aquí, deberá marcharse a Lima pronto para trabajar. Al parecer La Pilca ha tenido sus años de esplendor cuando aún existía la hacienda. Aquí se realizaban las fiestas y los trabajadores venían acá a disfrutar del cañazo, las cumananas, el tondero y demás. Al hacendado no le gustaba el barullo cerca de su casa, en el Ingenio, y prohibía la fiesta; por ese motivo, la gente celebraba en La Pilca a lo grande. En realidad, uno y otro poblado están muy próximos. Se llega caminando a cualquiera. En esos tiempos sin luz eléctrica ni movilidad, la población caminaba largas distancias o montaba a caballo o burro, incluso para llegar a Morropón, hasta cruzar los dos ríos si no era temporada de lluvias. En la fiesta se usaba un aparato que llamaban el arpa, para reproducir música o bien se contrataba una banda. Entonces había buena comida, buena bebida y muchos enamoramientos. También se daban los contrapuntos de cumananas. Para aquel que no ha escuchado de esta produccción artística-musical, oral e improvisada; se trata en realidad de 4 versos rimados cuya temática es muy variada, así puede ser picaresca, irónica, amorosa, etc. También se daba en las afamadas chicherías pero estas cada vez han ido desapareciendo. Hoy los cumananeros son muy pocos, lo que queda es la leyenda de La Cotera, por ejemplo.
En La Pilca observo como ya lo hice antes que los más jóvenes abandonan su lugar de origen para buscar nuevos horizontes, con el tiempo las tierras y las casas se alquilan o venden a los que recién llegan de los Andes, mientras que los afrodescendientes migran a Piura, Chiclayo, Lima o incluso Ecuador. El porcentaje de afroperuanos es cada vez menor en algunas comunidades, en pocos años deberemos llamarlas comunidades afroandinas o afroyungas, este último término usado por el escritor Enrique López Albújar. Sin un censo poblacional de la presencia afro en nuestro país, la migración del campo a la ciudad, la andinización de la costa, la emergencia de lo chicha en nuestro contexto, etc.; me pregunto si se podrá seguir sustentando la existencia de comunidades afroperuanas más adelante. No quiero ser pesimista pero es urgente mejorar la condición de vida en estas comunidades, así es indispensable ofrecerles agua potable, desague, mejores vías de acceso, organizar programas agrícolas racionalizados, servicios de salud, implementar la educación en la zona.

martes, 5 de enero de 2010

Morropón, donde el tondero reina

En foto: Vista del bosque seco de Piedra del Toro


Sábado, 2 de enero de 2009

De Chulucanas a Morropón transcurre cuarenta y cinco minutos exactos. El colectivo cobra S/. 4.00. En esta ocasión presencié lo más inusual, en la camioneta station wagon que normalmente lleva un chofer y un máximo de cuatro pasajeros, subieron cinco, así: tres en la parte superior y dos al lado del chofer. Observé que se había colocaso una almohadita largada sobre el freno de mano y el chofer hacia los cambios con dificultad. Cuando llegamos un pasajero no aceptó este tratamiento y se pasó atrás, uno de los colectiveros le reclamó que si quería ir solo que pagué el costo de do pasajes. Él no le hizo caso. Varios kilómetros después, la policía de caminos detuvo al chofer, entonces pensé que le multarían; pero me equivoqué, se saludaron y continuamos. Fue entonces que TAD y yo cruzamos las miradas, sin duda pensamos lo mismo. Fuimos testigos de la manera cómo se pisotean las normas de seguridad y que las multas son fantasías impresas en un papel. Acaso todo fue un espejismo del desierto piurano. ¿Lo fue?
Ya por la mañana habíamos visitado la Biblioteca municipal de Chulucanas para revisar algunos libros sobre su historia y fotocopiar aslgunos mapas de la zona. Aunque el auxiliar se mostró muy cordial y colaborador, los mapas estaban desactualizados, en ellos aparecían las ex haciendas todavía, es decir, sin exagerar corresponderían a antes de los años setenta. Aún así me fueron útiles hasta cierto punto. Pero otra vez vuelve la inquietud: ¿Por qué no hay mapas adecuados en los municipios?
En Morropón no existe nadie más conocido que el profesor Agustín Huertas así que pregunté por él. Cualquier buen vecino puede indicar donde está ubicada su casa. Él me recibió complacido y como suele ocurrir con los amigos conversamos durante horas, hasta el atardecer. Se trata de un dedicado hombre de CC. SS., defensor de causas justas y un luchador tenaz. Como afrodescendiente está muy involucrado con las comunidades afroperuanas de la zona. También es testigo del sincretismo cultural entre andinos y afroperuanos. Esto nos llevó a comparar experiencias, de modo que no es lo mismo que en una familia interétnica la madre sea afroperuana o andina, ya que la crianza de los hijos sería muy diferente; aunque el contraste de costumbres, comidas, música, etc., enriquecerían a sus participantes. Por eso que ya no me es extraño escuchar un huayno en Chapica o comer una papa arracacha aquí.

Domingo, 3 de enero de 2009

Tengo mucha curiosidad en conocer el bosque seco Piedra del Toro y su cascada. Partimos de Morropón y en pocos minutos ya estabamos en el lugar. En medio de la carretera, en una curva cerrada, nos detuvimos. Él mototaxista señaló un caminito en el cerro que se perdía entre los algarrobos. No había muchas señas en los alrededores, suspiré y me dispuse a caminar. El sonido acompasado del agua que cae sobre las piedras fue nuestra principal guía. Extrañamente no nos detuvimos. Nos dejamos atraer por el bosque y el canto de las aves. Los árboles eran ariscos, con espinas, más de una vez me enganché entre las ramas. Como tenía muchas ganas de explorar todo, de saber a donde nos conducía el camino, subimos y subimos. La caminata duró más de dos horas. Atrás quedó la catarata y la carretera, muy atrás. TAD decició quedarse observando a las aves muy cerca a la corriente de agua, mientras que yo preferí adentrarme en el bosque. Llegué hasta una quebrada más amplia, donde de un lado había un árbol totalmente seco y del otro restos de la tala de árboles. Extrañamente ya no pude avanzar. Algunos pájaros cantaban a lo lejos. En las proximidades había un avispero o eso creí que era. Prefería grabar los sonidos a mí alrededor. Arriba los cerros estaban cubiertos de neblina. De pronto, el viento sopló más de lo usual, las hojas caían y oí algo que no puedo explicar. Me perturbó bastante, el crujir de más hojas a mis espaldas, me mantuvo alerta por unos minutos. Acaso estaba siendo observada? Mucho después TAD apareció entre las ramas, caminamos más adelante, no mucho. Parecía ideal para observar a las aves en la copa de los árboles. Pero un golpe que se repetía y el balar de las ovejas que venía de más arriba fue suficiente para comprobar que esta zona también está siendo depredada por los locales. Decidimos regresar. En el hotel pensaba en ese inexplicable ruido que había percibido en el bosque seco, con más precisión una especie de lamento, quizá hasta de la propia naturaleza.

viernes, 1 de enero de 2010

Talandracas, en lo alto del valle

En foto: calle central de Talandracas


Jueves, 31 de diciembre de 2009

Esta vez hemos madrugado. Queremos ganarle al sol y el calor, incluso a la fiesta de fin de año que se aproxima. Para llegar a Talandracas es preciso ir al paradero Batanes para subirse en una moto y aguantar heroicamente el feroz viento en la cara y la polvoreda inevitable del camino. Creo que nunca llegaré a acostumbrarme a enterrarme de la cabeza a los pies. ¡Pufff! En esta ocasión el camino es bastante extenso, como un poco más de 45 minutos. Hay que cruzar el río, rodear las chacras, esquivar al ganado vacuno y ovejero que transita en el camino, y seguir adelante para terminar con los crespos parados o, mejor dicho, despeinados al llegar. Por lo menos fue mi experiencia personal. Quizá un pañuelo sobre la cabeza ayude en la próxima vez. La buena noticia es que está en marcha el proyecto de pavimentación del camino. Soy testigo de ello, por eso el inevitable rodeo. ¡Paciencia!
Tenía muchísima curiosidad por averiguar el porqué del dichoso nombre del lugar, así que fue lo primero que le pregunté a don Fernando. Él estaba sentadito sobre unos ladrillos a la entrada de su humilde casa, observando a los vecinos ir y venir en sus labores. Como tiene problemas en la columna, camina ayudado de dos bastones y ya no trabaja como antes. Su familia lo cuida. Se ha casado varias veces. Me confesó que había tenido más de una veintena de hijos, algunos están ahora en el extranjero. Se casó tres veces. Su actual esposa es "serrana", de Frías. Él señala un camino entre los cerros, allá a lo lejos. Nuestra conversación fue muy amena pero no supo decirme con certeza el porqué del nombre de este poblado. Lo que me quedó claro fue la prosperidad del hacendado, en este caso de uno apellidado Reuter, que acabó con la reforma agraria, y con esta la explotación y el abuso también. "Si no trabajabas, venía el patrón con tractor a derrumbar tu casa, y botar tus cosas para que te vayas a otra hacienda", comentó don Fernando.
Como es usual en el norte, se come un cabrito con frejoles. ¡Hummm! Aquí me resultó muy rico, a pesar de que se trataba de una fonda improvisada a la entrada de la casa de una afroperuana. Por cierto, no muy amigable. Observé que los habitantes de Talandracas son tímidos o debiera decir desconfiados de los visitantes, pues es un lugar de poco acceso, relativamente distante de la ciudad. Pagué cuatro soles para llegar y considerando la economía local, más empobrecida en el campo, fue una suma elevada. Pero lo valió. Talandracas está en lo alto del valle, en una empinada, por sus cuatro lados se obtiene una vista del paisaje ideal para fotografiar, como para una postal.
Talandracas es un lugar no muy grande, rápidamente se puede recorrer. Como es costumbre, en el parque central se halla la iglesia, la cual es pequeña. Curiosamente en una esquinita de las torres había un nido de golondrina, así que estaba fascinada porque ésta bajaba a cada momento al suelo pedregoso a buscar comida para sus crías. Muy cerca había una modesta casa y a la entrada una pareja interétnica de ancianos, ella era afroperuana. Desde ahí nos observaban, no hubo oportunidad de conversar con ellos, pero una vez más comprobé la conformación de lo afroandino en esta población. Los migrantes llegan de Frías y Santo Domingo, que en realidad se encuentran a más de dos horas de camino, subiendo los andes piuranos. Me gustaría conocer la zona y cruzar esos cerros enverdecidos que suelen maravillarme.
Debo agregar que en los alrededores del distrito de Talandracas observé perpleja como taladraban gruesos y añejos algarrobos que rodeaban las chacras del camino, para cambiarlos por cercos de alambres de púas. Lo que más me sorprendió es que estando en la plaza, cuando reposaba y observaba los periquitos y las golondrinas, llegó un camión cargando gruesos troncos, el mismo que se estacionó a la entrada del municipio y a la vista de los policías de al lado, donde se encuentra además la comisaría. Pensé que se trataba de los mismos personajes que vi antes en la ruta, pero al regresar otros seguían talando más árboles, era otro camión. No puedo negar mi espanto. Era una imagen que quisiera olvidar pero esta ahí presente en mi mente. Acaso el algarrobo no es parte de nuestro herencia cultural y ecológica? ¡Qué irresponsabilidad de estos hombres y más de aquel que dio la orden de talar árboles! Fue un pésimo cierre del año, creo.
Ya quiero irme a Morropón. ¿Será distinto? ¿Habrá un cambio significativo en la condición de vida de los afroperuanos allá?

Chapica-Carmelo, entre algarrobos y cactos


En foto: Vista de los alrededores de Chapica

Miércoles, 30 de diciembre de 2009

Chulucanas es una ciudad muy prestigiosa por su cerámica. Quien no admira o desea tener en casa uno de sus ceramios con representaciones típicas de la zona, con figuras exageradamente redondas y de color negro casi en su mayoría. No puedo decir lo mismo de algunos de sus habitantes, los cuales se muestran encarados, desatentos y se aprovechan de los turistas cuando pueden, como los choferes de mototaxis. Es mejor tener siempre la precaución de preguntar el precio de todo en este lugar antes de arriesgarse a gastar el dinero. Quiero pensar que la mayoría no es así. ¡Hummm! Prefiero irme a Chapica.
El trayecto puede durar tranquilamente casi media hora o menos. Existen dos lugares con este mismo nombre. El más cercano se llama Chapica-Campana y es ahí donde solía estar la casa-hacienda de la familia León. El más lejano se le conoce por Chapica-Carmelo, está más próximo a los cerros cubiertos por una flora combinada de algarrobos y cactos. Por una equivocación, conocí ambos.
Ahora bien, la segunda población lleva este curioso nombre debido a que la pequeña iglesia que alberga a la Virgen del Carmen. Allí conversé con don Donatilo. Esta vez se trataba de un anciano que vive solo en su casa. Está jubilado y se dedica principalmente a su huerta. Tiene buena mano, como se dice. Desde el cerco se pueden apreciar el frondoso el mango, el limón, los plátanos, etc. Antes trabajo en la hacienda y luego en la cooperativa después de la reforma agraria. note que la vida le ha golpeado mucho. Tiene unos ojos entristecidos. Fue muy amable al responder mis numerosas preguntas.
Concluí que la explotación del trabajor del campo duró demasiado tiempo y que a pesar del cambio que sucitó la reforma de Velasco, no se resolvió el problema. Los agricultores no sabían administrar sus tierras entonces, hoy cada uno se enfrenta al alto costo de sembrar sus tierras y al ínfimo pago que reciben por sus cosechas, como sucede con el mango en este preciso momento. No compensa tanto esfuerzo.
Después fue inevitable tanta vegetación en los alrededores y a pesar que nos dolían los pies, fuimos a caminar, las aves fueron huidizas, creí ver y escuchar un pájaro carpintero. ¡Hummm! Me quedó la duda. Desde lo alto de un cerro cubierto de algarrobos y altos cactos, la vista fue impresionante. Después me enteré que algunos pobladores talan los árboles, los vuelven leña, como sucede en otros lugares. Esto es preocupante. ¿Cómo proteger a los algarrobos? TAD preguntó una vez: "¿qué harán cuando ya no hayan más algarrobos?" La respuesta fue insólita: "¡Habrá otros árboles entonces para cortar!" En aquella ocasión me quedé absorta y un tanto molesta por un buen rato. Hoy vuelvo a tener ese sabor amargo en la boca, pero... ¿qué hacer? Como solía oír en la radio a un locutor cuando niña: "Nos preocupa". Y en nuestro caso, muchísimo.

Yapatera, la riqueza cultural de un poblado afroperuano


En foto: El novel escritor Abelardo Alzamora, al lado de Changó, escultura tallada en madera de algarrobo.

En foto: La investigadora Milagros Carazas en Yapatera.


En foto: de izr. a derecha: Abelardo, Milagros y el insigne escritor don Fernando Barranzuela en Yapatera.


Como es sabido, la poeta Tania Aguero Dejo y la investigadora sanmarquina Milagros Carazas, continúan su viaje más al norte del país, internándose en las comunidades afroperuanas, esta vez se dirigen a Piura.


Lunes 28 de diciembre de 2009

El viaje es cansado. el trayecto de Chiclayo a Piura se recorre en tres horas y de ahí a Chulucanas una hora más. El calor es cada vez mayor, implacable. Sin embargo, el visitante se sentirá recompensado con la belleza natural de la zona, los algarrobos son numerosos, los rebaños de cabras, vacas y ovejas aparecen en el camino. Las casas son distintas, llevan tejas en los techos y están hechas de cañas. Son simplemente encantadoras. Pero ese encanto rápidamente se acaba al ingresar a la ciudad, ya que las mototaxis son bulliciosas y contaminan progresivamente la zona. Después compruebo que para salir bien librado del cruce de una calle en Chulucanas es necesario esquivar motos y bicicletas. Parecen competir entre ellas, sin respetar el paso peatonal, casi siempre están apurados sus choferes. ¿Por qué la prisa?
Después de alojarnos en un hotel damos un paseo, la plaza principal tiene un diseño en el que el visitante se siente cómodo porque armonizan muy bien los enormes árboles, las enredaderas floridas y las bancas numerosas. El problemita es el ruido generado por las motos que no dejan escuchar a las aves ni los pensamientos. ¡Grrrrr! Al lado está la iglesia principal, la imagen de la familia sagrada es hermosa e inusual. Creo no haber visto una como ésta antes. Pero ya es tiempo de ir a descansar.


Martes, 20 de diciembre de 2009

Como es de costumbre nos hemos levantado temprano; sin embargo, TAD se queja de que me demoro mucho en acicalarme, que soy como una gata, lo cual es cierto así que ¡Miauuuu! Por fin, en Yapatera. Está muy cerca de Chulucanas, a un paso. Lo curioso y contradictorio a la vez es que al llegar se tiene la impresión que se ha cruzado la frontera temporal. Las casas son a dos aguas, con tejas rojas, hechas de barro y caña, rodeadas de algarrobos, así que hay muchas aves, como la chilala que nos da la bienvenida o el chisco que parece jugar a las escondidas. Las calles aunque polvosas y sin asfalto son simplemente encantadoras. La actual comisaría apenas en la entrada del poblado era la antes casa-hacienda, hoy está deteriorada y próxima a derrumbarse, afortunadamente existe un proyecto dorado de convertirla en un museo afroperuano. Este es el deseo del escritor novel Abelardo Alzamora.
A las 10:00 a.m. llegamos a su casa, como sucede aquí las puertas están abiertas, entonces basta con anunciarse. Él nos recibe muy efusivo con nuestra visita. Es muy conversador además. Una a una nos muestra sus artesanías, las máscaras de madera muy coloridas, los libros y demás. Tiene muchos proyectos para su localidad. Creo que lo que más me impresionó fueron dos objetos. Primero, un cepo enorme y añejo que nos recuerda la esclavitud y el sufrimiento de nuestros antepasados y, segundo, una reproducción del oricha Changó tallado en madera de mango. La conversación se extiende hasta después del almuerzo. Hay tanto de que hablar, sobre todo de los problemas de este poblado y la desidia de las autoridades de turno. Concluimos que Yapatera pasa cada año por varias plagas de insectos, sapos, etc. Cada año es igual o peor, el poblador se repone y sobrevive a cada tormento de la naturaleza, incluso al fenómeno del Niño.
Ha bajado el calor, bueno, sólo un poco. Salimos a caminar, queremos conocer más de Yapatera. En la plaza principal ubicamos la casa del insigne Fernando Barranzuela. Estoy contenta de estrechar su mano. Es un hijo de Yapatera, nacido en 1933, y reconocido por sus cumananas. Él recuerda a los antiguos, que en una chichería de las de antes, se reunían para beber chicha y conversar, al ritmo del cajón y la guitarra, competían unos con otros hasta el amanecer. Don Fernando era apenas un niño entonces y se quedaba dormido en la entrada de local, escuchando o, más bien, aprendiendo; soñando ser como ellos cuando grande. Hoy es una anciano altanero, prestigioso y piropeador. Recitó algunas cumananas añejas y otras de su propia composición para nosotras. En realidad, quería quedarme más tiempo pero una llovizna amenazaba con repetirse, así que regresamos al hotel. El atardecer en Yapatera es inigualable: el sol anaranjado en el horizonte, las nubes grises abrazándolo poco a poco, el canto de despedida de las aves que se guarecen en los algarrobos y el viento soplando en el rostro. Esta es una imagen que deseo recordar siempre. Para terminar, un museo en Yapatera puede que sea un sueño casi una locura hoy, pero en dónde más se puede conservar su riqueza cultural. Ojalá que la siguiente vez que regrese ya pueda visitarlo, sería un notorio logro de Yapatera y se lo merece.